Es una actitud ésa peligrosa, probablemente la más peligrosa de todas ante una amenaza real y un riesgo cierto. Porque nos enfrentamos a un enemigo con un objetivo, con un plan y con voluntad para llevarlo a cabo. Y nos enfrentamos desarmados, rechazando siquiera el mismo enfrentamiento, rindiéndonos antes de plantear la lucha, renunciando a una defensa que es más que legítima, justa y necesaria. Y acuciante.
El objetivo declarado del Islam –el Islam es el Corán, no hay otra- es el dominio del mundo entero por los mahometanos y la muerte y destrucción de todos los que se opongan a dicho dominio. No es un mensaje secreto al alcance de unos pocos, es un llamamiento claro y público a todos los musulmanes, a todos los seguidores del Corán. En ese objetivo hay un blanco principal: Europa, Occidente, la Cristiandad.
Para dicho objetivo, el mismo de siempre desde que el Islam existe, hay un plan actualizado a las exigencias de hoy en día: una nueva forma de guerra de guerrillas, de ejército irregular infiltrado en el mismo corazón de las naciones enemigas que, voluntariamente inermes, ven como sus propios “miembros” –como tal tienen a los agresores- atentan imparables contra ellas. La táctica es brillante: oponer a la técnica la astucia, al potencial armamentístico la agilidad y el mimetismo, a la prepotencia europea y occidental la disciplina férrea del grupo, de la secta, de la religión islámica. Tampoco esto –la guerra de guerrillas- es nuevo pero su imbricación en esta sociedad está siendo genial, malvada pero genial.
Y, por último, la voluntad de llevarlo a cabo, la voluntad de vencer, despreciando la propia vida sometiéndola a la consecución del objetivo, al cumplimiento del plan. Recompensas ultraterrenas, celestiales, y la misma gloria terrenal en la sociedad islámica sirven como acicate casi innecesario para que esos neo-guerrilleros sean los más feroces, los más crueles y, en fin, los más efectivos en esta lucha difícil.
El problema es grave, es el más grave desde hace muchos siglos y el riesgo crece cada día más ante la pasividad, la complicidad y la estupidez de las autoridades y, por qué no decirlo, buena parte del pueblo en la inmensa mayoría de las naciones europeas.
CeR
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