martes, 13 de enero de 2015

Europa en la encrucijada

    Con motivo de los atentados musulmanes de París y tras el baño de multitudes en la capital francesa, los gobernantes europeos proponen ahora, e impondrán en poco tiempo, una serie de medidas para, según ellos, aumentar la seguridad y, así, salvaguardar nuestra libertad. Dichas medidas van desde la prohibición de encriptar mensajes instantáneos por móvil al cacheo aleatorio a los pasajeros en los aeropuertos, la ampliación del plazo de puesta a disposición del juez de un detenido o la interceptación de llamadas sin orden judicial –medida ésta ya planteada por el gobierno del PP en España antes de los asesinatos de París-.

Las medidas van evidentemente en contra la de libertad y en contra de la intimidad de las personas. Es decir, atentan una vez más contra la dignidad de los europeos. Y sin aportar esa tan cacareada seguridad a cambio: no es de esperar que los terroristas musulmanes, que los yihadistas, estén dispuestos a cumplir esas prohibiciones o límites. Antes bien, buscarán otro medio de hacer posible su plan que, como ya está dicho aquí, es la dominación musulmana en Europa.

Sin embargo, el europeo de a pie sí se verá perjudicado por esas nuevas medidas, sí se verá atacado por los gobernantes que dicen defenderlo. Esos mismos gobernantes que no han sido capaces de prevenir ataques como los de París –o el 11-M en Madrid, o el 7-J en Londres, y tantos otros-, exigen ahora un esfuerzo inane a la población que tienen a su cargo.

En cambio, todas esas medidas coartadoras de la libertad sí supondrán una herramienta efectiva para el gobernante europeo. No contra la islamización de Europa, eso no le preocupa, sino más bien contra el crecimiento de movimientos que ponen en riesgo sus tejemanejes, mamandurrias y latrocinios sin control. Es por eso que estas medidas existirán, por un esfuerzo del régimen democrático de sobrevivir a sus propias corrupciones.

No es signo, como se ha dicho, de que esa clase política haya organizado un montaje con los asesinatos de París. Es casi evidente que esos asesinatos los han cometido musulmanes, yihadistas con el apoyo de organizaciones nacionales y supranacionales. En cambio, la casta gobernante en Europa ha aprovechado esta circunstancia para crear una, otra argolla que ponernos al cuello.

Y casi nadie propone soluciones sensatas como cerrar las fronteras, retiro de nacionalidad y expulsión a los musulmanes que no se hayan integrado en las sociedades, o bloqueo económico contra países que apoyan públicamente la Yihad. Voces así el europeo de a pie sólo puede escucharlas en la llamada ultraderecha.

Se plantea una gran oportunidad para esta Europa decadente, diluida en multiculturalidades sin sentido, de reafirmarse, de recomponerse y de, al fin, recuperar el esplendor que durante siglos hizo de Europa un ejemplo, no el vertedero que es ahora.

CeR

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