viernes, 30 de marzo de 2012

Retroceso

Pasada la jornada de huelga, en la oficina se debate, sin mucho convencimiento, sobre lo que la rodea. Que si la reforma tal. Que si los sindicatos cual. Que si los bancos esto. Que si los políticos aquello. Al final, lo que sale a nada que rasques es lo habitual: Hartazgo, asco y cansancio. De unos y de otros. Alguien intenta dar más profundidad a la charla, entrando en detalles y particularidades. Y además abre el campo y plantea, en general, cómo está el patio. Con el personal, en el mejor de los casos, tentándose la ropa.

Surge entonces la ocasión para provocar. Y lo hago. Retroceso, dicen que es esto. En asuntos de trabajos y sueldos. Ojalá.

Alguno me mira extrañado, otro ya me conoce y adivina por dónde voy. Retroceso, continúo, sería llegar a una situación en la que un trabajador se empeñara en la defensa de su marca y ésta en la de él. Retroceso sería una familia en la que le entrada de un único sueldo permitiera ir pagando las cuentas. Retroceso sería que ese único sueldo permitiera el pago en menos de 10 años de un hogar para la familia. Retroceso sería, una vez pagada la casa, permitir unos estudios útiles a la prole. Y retroceso sería un panorama, pasadas todas esas etapas, en las que los padres, ya mayores, dispusieran de recursos para su vejez e incluso para echar una mano a los hijos.

Retroceso, dicen. Ojalá.

La provocación causa su efecto, y ante las protestas de uno de los interlocutores, zanjo. ¿Qué tenían tus padres con tu edad y qué tienes tú verdaderamente tuyo, ya pagado y con la vida por delante? Pues eso.


Gonzalo García

El problema es el sistema

Como decíamos ayer en Cruzando el Rubicón, la llamada huelga general no ha sido sino un montaje tras el que ocultar la intención real de presentar ante potencias extranjeras las reformas del Gobierno como suficientemente agresivas. Hoy algunos medios de comunicación han desvelado que, según un representante de USO, los sindicatos UGT y CCOO se reunieron con miembros del Gobierno antes de la huelga para pactar la concesión permanente de los fondos destinados a formación a esos dos sindicatos -según la reforma laboral, dichos fondos pueden ser concedidos por concurso a quien preste el mejor servicio, sea sindicato, sea empresa privada, sea institución académica-.

Mientras esto ocurría y los autodenominados representantes de los trabajadores traicionaban a estos mismos por mantener la inmensa cantidad de dinero que hasta ahora han gestionado, y el Gobierno engañaba a todo el país por alcanzar las exigencias extranjeras que en nada están preocupadas por la dignidad de los españoles, los palmeros de un bando o de otro han ido alimentando los odios entre las dos españas buscando, quién sabe, unos mejores contratos de publicidad o nuevas licencias desde las que hacer negocio.

Los españoles, en definitiva, están siendo manipulados, desinformados, maltratados, humillados y despreciados para conseguir que, bajo ningún concepto, puedan dar la respuesta que se merece el sistema, auténtico culpable de la crisis que padecemos. Ni los partidos políticos ni los sindicatos creen representar a nadie y tan sólo trabajan -con honrosas excepciones en los sindicatos- para mayor gloria de un sistema ya caduco y podrido. No es en ellos, pues, en quienes los españoles puedan buscar apoyo para sus justas y legítimas reclamaciones. Sencillamente, hay que buscar otros caminos, otras sendas, y un nuevo sistema.

Cruzando el Rubicón

jueves, 29 de marzo de 2012

El mendigo

Tiene los ojos azules, más gélidos que el hielo, y la mirada acerada, profunda y, sin embargo, limpia, transparente. Lleva la cara mal afeitada exceptuando la perilla, larga y puntiaguda, y el bigote con las guías en punta. La nariz, aguileña, está pelada por la intemperie y el pelo grasiento, mugriento, despeinado, forma una especie de morrión sobre su cabeza. El abrigo que lleva colgando del brazo tiene una capa de porquería que, sospecho, no se podría quitar por muchos lavados que se le hiciesen y la chaqueta de pana raída muestra algún pequeño boquete aquí y allá, quemazones de brasa de cigarrillos mal liados. La camisa y el pantalón de franela, ajados, dan calor sólo de verlos. Porque inexplicablemente está al sol de primavera, que hoy calienta sin timidez. Demasiado frío por las noches, imagino, o un lugar más apropiado para pedir, con mayor paso de gente.

Pero él no pide, sólo observa altivo. La postura recuerda a la castrense posición de descanso -pie izquierdo adelantado formando ángulo de 45º con el derecho; la mano derecha agarrando a la muñeca izquierda- y cualquiera diría que está esperando la orden de firmes. A su lado, sentado, está su perro tranquilo, también observando a su alrededor. Es un chucho y está sucio y con heridas pero mantiene un porte bizarro, regio. Como su amo.

Probablemente, en cuanto a mendicidad, no sea una buena estrategia la de no dar lástima: en la gorra cochambrosa que tiene a sus pies tan sólo hay calderilla menor. Una señora lanza sin parar su marcha una moneda que rebota sobre la gorra y cae al suelo. Él mira un instante a la moneda y, con toda calma, hace una reverencia con la cabeza a la señora. A la espalda de la señora, concretamente, que ya está a varios metros. Imperturbable, agacha la espalda con elegancia y recoge la moneda que va a parar al fondo de la gorra. Y vuelve a la posición de descanso.

Me acerco y le entrego un billete en la mano: se lo ha ganado. Me mira a los ojos y me dedica la misma reverencia que a la señora. Pero sigue callado. Aparta la mirada y vuelve a pasar revista a todos los que pasamos frente a él, sin aprobarnos ni despreciarnos. Él sólo nos mira o, mejor dicho, nos concede el honor de mirar. No me da la impresión de que sea orgulloso, de que sea soberbio, tan sólo digno. Quizás sea ya lo único que posea: su dignidad. Más que suficiente.

Diego Garijo 

29M: ni con unos ni con otros

Las noticias, informaciones, datos y, en general, rumores no han hecho más que circular desde aun antes de las doce de la noche de ayer, cuando comenzaba oficialmente la huelga general. En Cruzando el Rubicón hemos decidido no hacer el editorial hasta pasadas unas horas de la huelga: ningún interés teníamos en apostar por unos o por otros y tampoco ahora nos guía la intención de decantarnos por los huelguistas o los anti-huelguistas. Más bien pretendemos un diagnóstico claro para quien haya mantenido la sangre fría ante el acontecimiento.

Porque ésa es una de las enormes pérdidas que se ha tenido en esta jornada de huelga: los españoles, azuzados unos contra otros por parte de los líderes de dos bandos que, más tarde, se reparten entre ellos el pastel pagado por los impuestos de todos o malvendiendo las propiedades públicas -es decir, otra vez, de todos-.

No es así como se hace país, como se hace nación. Las razones que impulsan a esta huelga no son, como muchos han pretendido aparentar, numerosas críticas a la reforma laboral hecha por el PP -críticas y oposición que, sin duda, serían perfectamente justas: la reforma desampara al trabajador todavía más y no beneficia al pequeño y mediano empresario sino a las grandes cadenas que ahogan la economía familiar, principal sostén social y económico de un país de personas libres-. Nosotros, desde Cruzando el Rubicón, sostenemos que la huelga general, a pesar de las apariencias, es un montaje para poder vender en Europa que las reformas de Rajoy son suficientemente agresivas. Es decir, tanto sindicatos como partidos y Gobierno, incitan a los españoles al odio mientras se negocia el futuro de éstos, las condiciones de vida, los derechos laborales o políticos y tantas otras cosas en sedes muy lejanas y ajenas a la supuesta de representación de soberanía nacional. Definitivamente no son los españoles los que, en ningún caso, tengan poder de decisión sobre su propio futuro sino ejecutivos extraños que poco o nada les importa la dignidad de las personas siempre que esa dignidad no les dé beneficios.

La respuesta popular a las reformas injustas e inoperantes del Gobierno debe existir pero no guiada ni comandada por quien forma parte del mismo constructo en el poder: los llamados sindicatos mayoritarios. Así, desde Cruzando el Rubicón nos oponemos tanto a la reforma laboral como a esta huelga y rechazamos de plano esa concepción maniquea y superficial de la vida social en España: conmigo o contra mí. Pues nosotros, ni con unos ni con otros.

Cruzando el Rubicón

miércoles, 28 de marzo de 2012

Al anochecer

La noche ya ha caído y se ha levantado una brisa fresca, pero sospecho que no es ésa la razón por la que él lleva los cuellos de la cazadora subidos, enhiestos, tocándole los lóbulos de las orejas. Se rasca la papada y se mira de nuevo en el escaparate que hay en el chaflán. Se pone de perfil, mete la barriga infructuosamente, echa los hombros hacia atrás y se palpa los grandes bolsones que tiene bajo los ojos. Su cara reflejada en el cristal, estirada desde aquí y desde allá por sus abotargadas manos, hinchadas como balones, resulta caricaturesca, burlona.

Súbitamente da media vuelta y se apoya en la cristalera, que tiembla. Furtivamente, vigilando suspicazmente a un lado y otro, se arranca la alianza del dedo y la guarda en el bolsillo pequeño del vaquero. Se relaja, respira hondo y comienza, a grandes zancadas y con las manos en los bolsillos, a montar guardia en la esquina, como un centinela. El enorme cuerpo, con una obesidad más que evidente, se bambolea a cada paso. Con la cabeza gacha, mira al suelo como si hubiese perdido algo muy valioso y estuviese ya aburrido de buscarlo.

Impaciente, para de golpe y vuelve a apoyarse bruscamente contra el escaparate. Un dependiente, desde dentro de la tienda, se asusta con el golpe pero, una vez reconocida la causa, vuelve inmediatamente a sus quehaceres. Entretanto, él se hurga torpemente en los bolsillos interiores de la cazadora y saca un paquete de tabaco y una caja de cerillas. Se enciende un cigarrillo y vuelve a mirar a los lados rápidamente, igual que si fuese un fugitivo. Da tres caladas, tira el pitillo al suelo y lo pisa. Saca la cartera, comprueba el dinero que lleva y, con las manos temblando, se queda mirando algo de dentro fijamente, con los ojos abiertos como platos. Mientras devuelve lentamente la cartera al bolsillo trasero del pantalón, mira hacia el cielo y suspira. Un suspiro largo, eterno, casi audible desde aquí.

Vigila de nuevo, intranquilo, un vistazo a ráfagas a derecha y otro a izquierda, mientras comienza a frotarse con las manos. No como quien se frota para mitigar el frío –apenas ha bajado la temperatura- sino más bien como quien se está enjabonando. Me fijo en su vestimenta -pantalones y cazadora vaqueros, polo de rugby, zapatillas de deporte- y no me parece que corresponda con las canas que asoman por toda su cabeza bajo el pelo teñido. O el bisoñé. De hecho apostaría a que ya no cumple los cincuenta años. O cincuenta y cinco, incluso.

Las manos vuelven a los bolsillos y la vista al suelo. De pronto, alguien le tapa los ojos por detrás. Él se revuelve y, asustado, se enfrenta al bromista. La bromista. Es una chica pequeña, delgada, no demasiado guapa y con unas enormes gafas de pasta tapándole su cara pálida. Y es más joven que él. Mucho. Muchísimo. Desde aquí no oigo lo que hablan mientras se acercan y se separan, nerviosos. Sí veo que la chica comienza a caminar moviendo exageradamente las caderas. Él permanece quieto y vuelve su mirada, de nuevo, hacia el cielo. Ella se vuelve y lo llama. Él, sacando una sonrisa Dios sabe de dónde, va hacia ella dando saltitos estúpidos, como un niño. Se agarran de la mano suavemente, como sin querer, y se pierden entre la multitud.

Diego Garijo

Huelga general contra los trabajadores

Necesariamente, la huelga de mañana va a ser un fracaso si se establece éxito o fracaso en términos de seguimiento. Necesariamente porque hoy son más los trabajadores españoles que necesitan un trabajo que los que pueden protestar por las malas condiciones laborales del que ya poseen. Sin embargo, las dos centrales sindicales mayoritarias podrán darse con un canto en los dientes si consiguen que los españoles secunden una huelga por sus derechos, es decir, por sus privilegios, que de esto es de lo que en realidad va esta huelga.

El problema es que si la huelga es un derecho de todo trabajador, debería ser su libre albedrío el que tomase la decisión de si jugar o no a quedarse en casa. Pero el pobre trabajador español no tiene tanta suerte. Sobre el papel constitucional, sí, naturalmente, pero es que ése lo aguanta todo. En la práctica, no.

Las presiones vienen de un lado y del otro, nunca del suyo. Al tradicional de los piquetes “Hoffa” hay que sumar ahora la difícil situación en la que nos han colocado nuestros dirigentes políticos. Es una presión a la vieja usanza “Corleone”, velada. Salvo los liberados sindicales, al resto nos quedará la duda de si por secundar el paro no ingresaremos en una de esas listas negras para futuros despidos. El miedo es libre y nadie puede despejarla sombra de la duda por más que nos expliquen sesudos abogados laboralistas que no es legal despedir a nadie por no ir a trabajar el 29. El 29, no pero ¿yel 30?, ¿y en Junio? Total, entre Hoffa y Corleone nos darán el día.

De la huelga sólo sacan tajada Toxo y Méndez: el Gobierno no dará la vuelta a las reformas emprendidas -razón que se esgrime como motivo para la convocatoria pero que no engaña a nadie-, así que, fuera de una jornada de banderolas y cierres echados, el 30 iremos a trabajar con la sensación de que no ha cambiado nada. Eso sí, tendremos un largo fin de semana para comentar el tema, dar cifras de seguimiento y de pérdida de miles de millones en actividad económica, hablar de los agredidos, de los incumplimientos en los servicios mínimos y demás zarandajas. Nada que realmente valga la pena. No habremos ganado nada porque no se peleaba por nada.

Vuelve la cuestión de qué hacer para que no se deteriore más la cosa y sólo se nos ocurre plantearle una huelga general al sistema, una huelga secundada por empresarios y trabajadores contra la casta política y la élite bancaria, verdaderos artífices de nuestros males. Tirar el sistema basado en la explotación de las personas requiere no un día de huelga sino una lucha activa, no de paros, contra el sistema; requiere de una auténtica revolución de la que cada día que pasa estamos más cerca y que, para qué negarlo, comportará sacrificios personales. Sin embargo, éstos serán mucho menores que la soterrada amenaza de permanente humillación que pesa sobre nuestras cabezas.

Termino con un hecho curioso. Circula en estos días por la red una graciosa fotografía de uno de tantos bazares chinos de nuestro querido país. Creo que se trata de un montaje de algún cachondo pero no siendo real desenmascara un sentimiento generalizado. La fotografía muestra el escaparate de un “todo a cien” perfectamente pertrechado para el día de la huelga gracias a la visión oportunista, rápida y genial para los negocios de los descendientes de Confucio. Hay dos banderas republicanas en la puerta, pancartas de “NO a la reforma laboral” y un cartel con el precio de ambos artículos: “Bandela 3€; pancalta 2€” -en esto se comprende que es un montaje, en creer que los estúpidos chinos escriben como pronuncian y confunden la 'l' con la “r”-. Al otro lado de la puerta un gran cartel advierte: “Día 29,abielto”. Desternillante lo de ofrecer una vela a Dios y otra al diablo pero, fuera del chiste, el sustrato general de que los chinos, que sí saben lo que se hacen y por eso son segunda potencia económica del mundo, jugarán una vez más al despiste y ofrecerán los productos a demanda sin perder la ocasión favorable de la venta. Otra vez el complejo instalado del nuevo paraíso capital-marxistade la nueva China, Walhala del empresariado occidental y patrio.

Juan Manuel Pozuelo

Morenés apuntilla al Ejército

El ministro de Defensa, Pedro Morenés, anunció ayer una reducción en el presupuesto de las Fuerzas Armadas de entre el 12 y el 14%-alrededor de 1.000 millones de euros-. Como justificación para este recorte tan radical en algo tan importante como es la defensa, el ministro invocó,entre otras causas, a la crisis económica y a la deuda del Ministerio -casi toda en compra de sistemas de armamento-. También aseguró que mantendrá el ingente esfuerzo económico para mantener nuestras tropas en las misiones internacionales y que recortará fundamentalmente de lo “no operativo”, enpalabras del ministro.

Conviene, al ser ministro de España y más si es de Defensa, no confundir las churras con las merinas y no pretender que las FuerzasArmadas, raquíticas desde el anterior periodo de gobierno del PP, tienen responsabilidad en la crisis económica. Es razonable que, en una situación de dificultades económicas, los Ejércitos de un país recorten sus gastos. Pero sin olvidar en ningún instante el fundamental papel de estos Ejércitos para garantizar una vuelta al crecimiento sin injerencias extranjeras y sin amenazas.

Porque eso es algo que el ministro parece ignorar: la primera misión de las Fuerzas Armadas es la de la disuasión. Tener unos Ejércitos fuertes garantiza nuestras inversiones en el extranjero y protege nuestros intereses allí donde éstos sean dañados. Sin necesidad de entrar en guerra con nadie: la sola existencia de unos Ejércitos modernos, preparados y fuertes solventaría muchos problemas estratégicos que, ésos sí, tienen parte de culpa en la crisis económica por la que atravesamos.

No es función del Ejército, sin embargo, ser usado para cubrir intereses de otras naciones a miles de kilómetros de distancia, como ocurre en Afganistán o el Líbano, sin que España obtenga ninguna ventaja por hacerlo, antes bien, tenga que pagar elevadísimas sumas por mantener a cientos de soldados en el otro lado del mundo. Es en eso donde el Ministerio sí podría recortar: haciendo un análisis más objetivo y menos torticero sobre prioridad en las misiones internacionales en función de los propios intereses.

Por otro lado, el ministro Morenés quiere dar la puntilla a la Academia de Suboficiales en el Talarn argumentando que no es necesaria y amenazando a otras instituciones académicas castrenses con seguir el mismo camino de desaparición. Y es repugnante observar cómo se retuerce la realidad para llevar a cabo lo que no es sino el pago de un ya viejo y repetido chantaje con los separatistas catalanes -la Academia de Suboficiales se encuentra en Lérida-.

Finalmente, resulta indignante que se quiera recortar en algo tan importante -y tan raquítico, como ya decíamos más arriba- para la nación española como en su defensa mientras que en otras partidas mucho más abultadas e infinitamente más prescindibles o no se reduce o se hace de forma insuficiente -el mantenimiento del manirroto Estado autonómico es el ejemplo más claro y más sangrante-. En definitiva, no cabe justificación alguna para que los recortes de Defensa puedan afectar al espíritu mismo de nuestras Fuerzas Armadas mientras se cede, al mismo tiempo, a chantajes de separatistas o intereses de potencias extranjeras. Y mucho menos en tiempos de crisis.

Cruzando el Rubicón

martes, 27 de marzo de 2012

Sola

Lleva varias horas anclada a la barra del bar y ya se ha tomado tres whiskies para aguantar la galerna. Al menos en este caladero, abrevadero, porque todo indica que no es su primera parada de la ronda de esta tarde. Procura hablar con el camarero que, pacientemente, disimula y hace como que la escucha. Sus palabras son ininteligibles y sólo se distingue un murmullo ronco, afectado. Herido.

Su rala melena pajiza, teñida una y mil veces, le da un aspecto de espantajo terrible mientras las vértebras cervicales asoman entre los tirantes de su camiseta formando una grotesca cresta en su encorvadísima espalda. Los hombros huesudos, también al aire, la muestran como colgada de una percha, abandonada en un armario vacío y sucio. Desechada.

Los músculos de los brazos han cedido a los no menos de sesenta años de edad y forman unos amorfos colgajos que se menean según ella se apoye en una u otra mano para mantener el equilibrio y agarrar su tabla de náufrago, su whisky barato. La camiseta acaba abruptamente a la altura de los riñones y, como un palmo más abajo, comienza una diminuta minifalda de cuero reluciente. La indiscreta parte superior de la falda deja ver la goma, y lo que no es goma, de la ropa interior de color rojo. O fucsia. O rosa. O algo así. Toda su piel -brazos, hombros, espalda, piernas- está renegrida, salpicada de manchas y cuarteada

El camarero, raudo, acude al otro extremo de la barra a atender a un nuevo cliente y ella, tras dudarlo unos instantes y convencida de que nadie la ve, intenta tres veces ponerse de pie. La primera resbala sobre sus tacones de un palmo y choca contra la barra; la segunda disimula e intenta ayudarse con el taburete; la tercera finge que se le ha caído el mechero. Procura agacharse a recogerlo y, cuando está a punto de perder el equilibrio y darse de morros contra el suelo, me descubre observándola y súbitamente vuelve a la posición vertical. O relativamente vertical. Mira hacia el techo, suspira y, mientras dice que no con la cabeza, pide a gritos otro whisky. El cuarto. Sin haber terminado el tercero. El camarero, sin decir palabra, se lo sirve y ella insiste en que le eche más cantidad . Él me mira fugazmente avergonzado y, finalmente, vierte otro chorretón.

Se da media vuelta y veo como del escote generoso asoma un pecho arrugado por demasiadas horas de sol, o rayos UVA, o simplemente décadas de edad. La marca de la camiseta se retuerce sobre su vientre y forma un amasijo irreconocible. Ella me sonríe con la boca pintarrajeada de rojo -definitivamente hace muchas horas que salió de casa-, guiña un ojo y alza la copa hacia mí. No me cabe la menor duda de que fue guapa pero hace ya demasiados años. Decido que es el momento de irme. Dejo sobre la mesa lo que debo y, al levantarme, siento la necesidad imperiosa de decirle algo, lo que sea. “Suerte”, le digo como un idiota y salgo a la calle. Sin mirar atrás. Ya no.

Diego Garijo

Andalucía y el voto cautivo


Por estas fechas tan entrañables (las de las elecciones autonómicas en Andalucía) vuelve uno a escuchar una de las sempiternas monsergas con las que nos deleitan "las buenas gentes de la derecha".

Un servidor, nacido al Sur (pero no tanto) de Despeñaperros, ha crecido y ha vivido escuchando el mismo soniquete cada vez que el PSOE conseguía la ya acostumbrada mayoría absoluta en estos comicios. Perdí hace ya tiempo la cuenta del número de mis paisanos que prometían emigrar a otras tierras si el PSOE continuaba ocupando más de la mitad de los escaños del Parlamento andaluz.

Como pueden imaginar, ninguno de ellos ha emigrado nunca a ninguna parte. Sí han seguido repitiendo, en cambio, otra letanía muy del gusto de los andaluces en particular, y de los españoles en general: que aquí
(Andalucía/España) se vive mejor que en ningún sitio. Y fíjense ustedes cómo será de vasta la sabiduría de mis paisanos, que los que afirman tajantemente semejante dogma de fe, lo hacen sin necesidad de haber vivido nunca en ninguna otra parte.

Anoche, como suele ser habitual, volví a escuchar y a leer los ya familiares (en todos los sentidos de la palabra) lamentos de tan señaladas y autonómicas ocasiones. Volvieron, los que nunca emigran, a ser fieles a su costumbre de prometer hacer las maletas. Las harán, por supuesto, cuando pasen la Semana Santa, la Feria de Abril y el Rosío,
que las prisas nunca han sido buenas –ni malas- compañeras en mi tierra natal; la pena es que para entonces, además de las fiestas, también habrán pasado las ganas de irse. Y volvieron, españoles de otras regiones, a pedir solemnemente -también acostumbran a ello- hasta un referéndum para expulsar a Andalucía de la unión (como diría un estadounidense).

Sin embargo, ayer volvió a caerse ese mito, tan del gusto del antonioherrerismo
y sus sucesores, del electorado socialista (el andaluz, más concretamente) como buque insignia del borreguismo patrio. Nada menos que 650.000 votos (un 30%, que se dice pronto) ha perdido el PSOE respecto a las autonómicas de 2008. Y todo ello en la región que, PER y subvenciones mediante, sirvió de inspiración para acuñar la tan manida expresión "voto cautivo".

Este obvio, concreto e inapelable (por lo aritmético) detalle ha sido olímpicamente ignorado por las buenas gentes de la derecha
, que siguen insistiendo en que, en Andalucía, los votantes no castigan el paro, el despilfarro ni la corrupción. Algunos hasta aseguran sentirse avergonzados de ser andaluces, pero no se lo crean demasiado: gasten ustedes cualquier bromita, por inocente que sea, sobre Andalucía y verán cómo se ponen muchos de los que aseguran tener la patente mundial, y hasta el patrimonio universal, del sentido del humor (si Sartre hubiese sido andaluz, seguro que habría sentenciado algo parecido a "Er cashondeo son los otros").

Pero lo mejor es que todas estas lecciones de ética electoral te las sueltan las mismas buenas gentes de la derecha,
que tanto tienen que enseñar a los andaluces de uno y otro signo, pero que recompensan, con mayorías absolutas cada vez más aplastantes, la corrupción, el despilfarro y hasta el paro, en regiones como Madrid, Valencia o Murcia. Regiones cuyos agujeros nada tienen que envidiar al que presenta en sus cuentas la Junta de Andalucía.

Y es que, en la Andalucía del presunto borreguismo y el supuesto "voto cautivo", no sólo ha sufrido un buen varapalo el PSOE, sino también el mismo PP que, en otras regiones, ha reducido al PSOE al papel de comparsa aún más testimonial de lo que el PP ha sido en Andalucía durante décadas. 400.000 votos ha perdido, en sólo cuatro meses y respecto a las pasadas elecciones generales, el partido de las subidas de impuestos, la negociación con ETA, la censura en internet, las bajadas de salarios y el abaratamiento del despido.

Aun así, los que se creen herederos intelectuales de Séneca, Averroes y hasta del Gran Capitán, no dejan de repetirse: "Con lo mal que lo ha hecho el PSOE, ¿por qué la gente no ha votado al PP?".

Y yo no dejo de preguntarme: "¿Qué tendrá que ver una cosa con la otra, miarma
?".



                                                                                                 José Luis Morales

Previsiones para una jornada de huelga

La lucha de clases interesa. Es mi conclusión, naturalmente. Interesa a los sindicatos e interesa a la patronal. Ambos sacan de la confrontación tajada. Todo, menos reconocer que un sindicato útil es el que integra a las partes del sector involucradas en la producción. Si se admitiese la definición reduciría al absurdo todo el montaje laboral de los últimos cuarenta años.

Ni a favor de la reforma laboral ni de la utilidad de una huelga que no sirve más que para que dos españas se enfrenten en una guerra ficticia: la de los intereses encontrados de empresarios y obreros.

Bueno, no tanto. Porque, efectivamente, los intereses de estos empresarios y de estos obreros de 2012 son no ya encontrados sino irreconciliables. Antes, en otras épocas y en otros países que cuesta identificar con el nuestro, aunque se llamasen también España, el papel de empresarios y trabajadores estaba tan identificado que formaban parte de un mismo colectivo. El fin social de las empresas no era una parte fundamental de su actividad sino la trama justificante de su actividad. Es decir, el empresario que se animaba a emprender un negocio, por encima del cálculo de beneficios, tenía presente que la empresa por nacer cumpliría un fin social que era el enriquecimiento de la nación a través del enriquecimiento de los obreros que operaban sus máquinas, la necesidad de la mercadería que se manufacturaba y la excelencia de la misma, aquello que catapultaba, en aquél o en otros mercados, la marca -la marca propia y la marca España, frasecita tan de moda en labios poco aficionados a hacer de verdad patria-. A esto último, en los nuevos tiempos, se le vino a llamar de forma técnica, valor añadido, aquello por lo que se diferenciaba un lapicero fabricado en Teruel de uno fabricado en Cantón. Uno podía perfectamente quejarse, por ejemplo, de la falta de patriotismo de una empresa si las guitarras que fabricaba eran comparables a las que fabricaría un chino. La empresa común de empresarios y luthiers era fabricar las mejores guitarras del mundo para que todo aquel que quisiera una guitarra de calidad comprase las nuestras y no las de otros.

Esa empresa común se rompe con el advenimiento del liberalismo económico. Ahora la función del empresario es obtener el mayor beneficio posible. ¿Cómo? A igual demanda, reducción de costes. ¿En qué? Imaginen. Primero, fuera la marca España. Se relaja la calidad de las maderas, colas y barnices. El producto pierde sus adjetivos en el camino y ya nadie compra nuestras guitarras por ser las mejores sino por ser guitarras. Se despide a los luthiers y se contrata ebanistas, carpinteros, herreros o fontaneros. Se contratan menos ebanistas, carpinteros, herreros y fontaneros que luthiers había entonces, se reducen los salarios y se exige que la productividad no decaiga. Peor pagados, recortados no sólo privilegios sino también derechos, los obreros entienden, necesariamente, que son el conejillo de indias sobre el que se va a edificar el Mercado y deciden organizarse. ¿En qué? En unos sindicatos despersonalizados y tildados de clase que, lógicamente, ven en el empresario al enemigo. Ya la tenemos montada. Los sindicatos exageran su papel social y reclaman al estado la protección que antes tenía el sindicato vertical que agrupaba a empresarios y trabajadores de las seis cuerdas. El estado ampara y subvenciona, patrocina al sindicato de empresarios y al sindicato de obreros y nadie sale beneficiado de la jugada, ni el estado ni el empresario ni el obrero. Pero da lo mismo.

Esta visión simplista de la realidad no gana complejidad con la aportación de un dato fiable. La especulación es el presente y el futuro. Los periodistas damos cifras en tantos por ciento de primas de riesgo y alzas y bajas en los mercados internacionales de divisas. Nadie, ni nosotros mismos, sabe de qué hablamos pero intuimos que es de eso de lo que hablamos, que eso es lo sustantivo de nuestra conversación económica, que ahí está el meollo. Y no nos equivocamos en la apreciación. En lo que nos equivocamos mucho tiempo antes es en la definición de la palabra economía. Si el ser humano deja de ser el eje de ella es en este baile absurdo de cifras en lo que se convierte. El hombre debería ser el origen y motor de la economía; las empresas deberían añadir valor añadiendo realización personal en sus operarios; los obreros deberían saber que su trabajo colabora en el crecimiento de la empresa y, por ende, de la nación; debería ser una cuestión de patriotismo el trabajo bien hecho y no la chapuza generalizada lo que justifica los buenos datos de productividad. Con esta deriva, ¿cabe extrañarse de que los trabajadores nos hayamos convertido también en una cifra en el balance de resultados? ¿Puede sorprender a alguien que el empleado no sea ya el principal activo de la empresa?

Creo que a nadie. Como decía al principio, ni a favor de la reforma laboral planteada por el Gobierno ni a favor de una huelga general que no beneficia más que a los que tienen que justificar su sueldo como líderes sindicales. La empresa y los sindicatos están en contra del pueblo, sustrato de la nación, y se ceban en golpearlo con cada gesto y con cada decisión. Podría estar a favor de una huelga general planteada al sistema, pero me da una higa el hacerle una huelga a un Gobierno que no es ni mejor ni peor -ni puede serlo- que el precedente o el que esté por venir. El 29 trabajará el que no tenga más remedio que hacerlo, y no por estar encuadrado en lo que llaman “servicios mínimos”, sino porque de otra forma perderá el empleo en favor de unos o de otros pero jamás de sí mismo. Los sindicatos dirán que han ganado la partida y el Gobierno afirmará que la huelga ha sido un fracaso. Es una historia muy vieja, tan vieja como la explotación del género humano, como la humillación del esclavo, como los grilletes de las galeras. Queda aire para respirar pero está fuera de este sistema montado sobre las espaldas de los españoles, ajeno totalmente a sus necesidades. El 29 sólo cabe capear el temporal.

Juan Manuel Pozuelo

El Papa guía a Cuba

La visita del Papa Benedicto XVI a Cuba, con motivo del 400º aniversario del culto a la Virgen de la Caridad del Cobre, se muestra como una nueva oportunidad para la isla de salir de la tiranía comunista sin derramar sangre. El Papa, de manera exacta, ha insistido en su discurso en la necesidad de que Cuba y los cubanos se dejen guiar por “la justicia, la paz, la libertad y la reconciliación”. Así, el Santo Padre ha hecho un boceto del camino correcto a seguir ahora que el ocaso del comunismo cubano es innegable hasta por sus más acérrimos defensores. Han sido fundamentales las palabras del Papa en las que ha hecho hincapié en que Cuba debe mirar sin miedo al futuro, destacando el papel esencial que debe jugar la Iglesia en un país que, a pesar de llevar más de medio siglo bajo el yugo comunista y varias décadas oprimido por el injustificable bloqueo norteamericano, ha mantenido su fe en Cristo. Benedicto XVI tampoco ha olvidado en su discurso ni a los presos ni a los exiliados.

Sin embargo, una facción de éstos recibieron el anuncio de la visita papal a su país como un jarro de agua fría: según justificaban, creían que la visita sólo iba a servir para dar oxígeno al régimen castrista. Es decir, ignoraban la realidad y la fe mayoritaria de sus compatriotas y la necesidad de su país de recibir a, ni más ni menos, el Vicario de Cristo. No veían la utilidad para sus intereses en que un guía espiritual ayude siquiera con su presencia a los cubanos, sumidos en una pobreza en la que no poca parte de responsabilidad no la tienen los Castro. Para esta facción de exiliados, el presente de Cuba o incluso su futuro no son importantes si no pasan por cumplir los planes que ellos tienen para la isla, y la pobreza de los cubanos no parece preocuparles mucho más allá de hasta donde pueda beneficiarlos a ellos de modo propagandista.

Qué diferencia, sin embargo, con Berta Soler, representante de las Damas de Blanco, un importante grupo de la disidencia cubana, que ha mostrado su deseo de hacer llegar al Papa Benedicto XVI los nombres de presos políticos y relatarle, si hubiese ocasión, las humillaciones que han recibido algunas mujeres por acudir a la misa dominical. Sin embargo, ni Berta Soler ni Oswaldo Payá, uno de los líderes de la disidencia, en ningún momento han puesto al Papa en el disparadero ni han argumentado nada en contra de la visita papal sino, muy al contrario, están orgullosos y agradecen al Santo Padre su viaje a la perla del Caribe.

Benedicto XVI, ajeno a las luchas espurias entre el capitalismo y el marxismo, ha delineado con sus palabras y con su presencia un proyecto de unión y concordia para los cubanos y para Cuba: justicia, paz, libertad y reconciliación. Ojalá sepan los cubanos seguir el consejo del Papa y liberar, así, a Cuba de toda influencia torticera.
Cruzando el Rubicón

lunes, 26 de marzo de 2012

Madrid

Dar un paseo por el centro de Madrid siempre es un placer, y más cuando la primavera ya asoma, por mucho que a la noche refresque. La ciudad está bonita, está brillante, está limpia, seduce. Es un marco extraordinario para darle vueltas al magín, para entretenerse observando al prójimo, para simplemente dejar pasar el rato entre calles que vieron caminar, en su día, a Quevedo y a Cervantes, a Larra y Espronceda, a Unamuno y Valle Inclán. Travesías y callejones que han sido escenario de fiestas y revoluciones, de alegrías y de crímenes, de ilusiones y decepciones. Como les digo, pasear por el centro de Madrid es un lujo, y un lujo gratuito.

Capítulo especial merece el gentío, la multitud que fluye de manera arbitraria por los recovecos, por las esquinas que forman meandros para esa incesante corriente humana: turistas de lo más diverso -clásica excursión de fin de curso de adolescentes guiris o mexicano más leído en Historia de España, su madre patria, que la mayoría de los españoles-; gatos de pedigrí, castizos como ellos solos -huraños, chulos, altivos... y tremendamente serviciales-; inmigrantes de todo tipo -descendientes claros de Atahualpa con una Biblia bajo el brazo, eslavos enormes mal encarados, argentinos zalameros y fulleros, moritos rateros acechando a sus víctimas, negros africanos procurando ganarse el pan vendiendo La Farola-; policías municipales y vendedores ambulantes, gitanos aflamencados, poligoneros insomnes, señoras de misa diaria, pintores, estudiantes, limpiabotas, prostitutas. La vida entera en destellos pasa ante nosotros con tan sólo pararse y mirar, tan simple es.

Sin duda merece la pena agarrar el abrigo y, sin pensarlo más, irse a dar una vuelta por el barrio que tiene marcado a fuego en su alma el 2 de mayo y el 14 de abril -tan iguales, tan distintos- y demás acontecimientos y personajes que, siglo tras siglo, han ido esculpiendo y forjando a Madrid y los madrileños los últimos 500 años -que no es mucho decir, pues es quedarse muy corto hablando de Madrid-. En eso reposa su belleza, en su grandeza: ser la capital del mayor imperio jamás conocido, así, pequeñita, como de andar por casa. Accesible y a la vez lejana; joven y al mismo tiempo antigua; bulliciosa a la par que inalterable. No se queden en casa: allá fuera les está esperando una experiencia realmente interesante: se llama vida, se llama Historia. Se llama Madrid.

Diego Garijo

La casta política pierde las elecciones

No entraremos en Cruzando el Rubicón en el maniqueísmo de patas cortas que no sabe ver más allá de la derecha o la izquierda, llámense ambas como se llamen. Es un ejercicio estéril pretender descifrar las claves sociales del momento ciñéndose a un guión dictado tan previsible y plano que atenta de un modo casi mortal contra la independencia de los medios de comunicación.
Dejando esto claro, vemos que, en los diversos análisis hechos acerca de las elecciones regionales en Andalucía y Asturias, no se hace más que marear al público con datos relativos, datos absolutos, comparaciones descontextualizadas o interpretaciones realmente imaginativas y alambicadas de los números. Todo un torbellino de siglas y de porcentajes pueden distraernos de un hecho objetivo claro: el pueblo abandona a la casta política.

Así, podemos ver que la participación en Andalucía no ha llegado al 63% de los votantes mientras que en Asturias tan sólo ha acudido a las urnas el 55% del censo. Además, el porcentaje de votos nulos y blancos -es decir, correspondientes al apartado de la abstención- en las dos regiones españolas suman decenas de miles de votos y varios puntos porcentuales. Es decir, en una situación de crisis como la que atraviesa España y con un futuro tan incierto para cualquier español de cualquier edad y condición, más de un tercio de los andaluces ha preferido ignorar las elecciones y, más importante aún, casi la mitad de los asturianos también ha dado la espalda a los políticos.

Éste es el mensaje fundamental, para quien tenga la osadía de verlo, que nos han dejado las elecciones regionales de Andalucía y Asturias: un serio aviso a los dirigentes para que cambien radicalmente, y ya, el rumbo del país. Lamentablemente, las clases dirigentes han hecho caso omiso a la amonestación. ¿Hasta cuándo?

Cruzando el Rubicón

domingo, 25 de marzo de 2012

Contra la mediocridad (I)


La mediocridad es una enfermedad que afecta a las personas y a las sociedades. En España, cuánto me duele decirlo, se ha instalado, y lo que es más grave fomentado, en los últimos 50 años, para conseguir un pretendido igualitarismo.

Es mediocre el ser humano que no busca mejorar en su quehacer diario, el que no tiene ninguna ambición por saber más, por ser más. Se conforma con ir tirando, con hacer lo menos posible, con salir del paso, con la chapuza.

Hay un dicho muy difundido, con respecto al trabajo, que podría formularse así: me pueden engañar en el sueldo, pero mi venganza es engañar con un trabajo de ínfima calidad. Las consecuencias son gravísimas para el propio trabajador y también para la sociedad.

El trabajador que no se esfuerza por hacer su trabajo mejor, cada día, cada hora y cada minuto, además de no progresar, convierte su trabajo en algo insoportable, porque en ningún momento puede sentirse orgulloso de lo que hace, porque es una basura y una estafa a su empresa y a la sociedad, pues los servicios que presta o los bienes que produce, son deleznables. Todavía recuerdo el orgullo con que enseñaba a su hijo las puertas de un edificio que había hecho él. Había puesto el alma en ellas, había elegido amorosamente la madera, las había tallado primorosamente. El ya se ha muerto, probablemente su hijo también, pero las puertas siguen funcionando (a pesar de los soles y los fríos de mi tierra), siguen siendo bellas, y algunos seguimos recordando el nombre del carpintero que las hizo.

Es mediocre el estudiante que estudia sólo para aprobar, cuando tiene capacidad para sacar sobresalientes o simplemente notables. Su estudio, que carece de la finalidad esencial: aprender, saber más y se convierte en una esclavitud sin sentido y sin ninguna mejora personal, pues no enriquece y como se ha hecho con desgana, se olvida fácilmente lo aprendido, por lo que el estudiante no crece como persona, y no sabrá aplicar sus concomimientos a nada, porque simplemente no tiene conocimientos. Con nuestro sistema educativo actual todo se archiva en la memoria ram del ordenador, que en cuanto se apaga deja de existir. No les empapa lo aprendido, les resbala como el agua que baña un guijarro: deja su alma seca y a lo más que aspira es a darle al guijarro una inútil capa de verdín.

En próximos artículos veremos muchas otras formas de mediocridad y sus consecuencias funestas para la sociedad. 

Juan Ramón Prieto

sábado, 24 de marzo de 2012

Es triste robar, pero más triste es pedir

Sí, han leído bien, parece que incluso los dichos populares, en su afán de supervivencia, se adaptan a los nuevos tiempos.
Bien desearía no haberme tenido que acordar esta mañana de la célebre e intimidatoria frase, antaño muy popular en el Metro de Madrid: “Es triste pedir, pero más triste es robar”. Sin embargo, un suceso, no por repetido (tercera vez en cuatro años) menos doloroso, no me ha dejado otra opción: algún amigo de lo ajeno me ha vuelto a levantar la radio del coche, previa rotura de luna. Quién sabe si un toxicómano con un mono galopante, o quizás el mozo del taller de la esquina, que lleva tres meses sin poner ninguna luna. Ni lo sé, ni me importa, sinceramente: al mangante le deseo que invierta bien los cinco euros que pueda sacar por la radio. Creo que ahora dan buenos intereses por Deuda Pública en algunos países europeos.
Este nefasto (sobre todo para mí) suceso no es más que una gota en el océano: cuántas líneas en periódicos, cuántos minutos en los noticiarios, cuántas cañas durante las tertulias de los parroquianos del bar. Y todo girando sobre lo mismo: discusiones y encendidos debates sobre hurtos, robos y demás sustantivos similares, que hacen que el pueblo llano cuando habla de la clase política y dirigente en general, se acuerde de un sabrosísimo embutido (VÍDEO). Yo creo que más grave que el robo en sí, y lo que indigna al personal, es la tranquilidad y el orgullo (y satisfacción, a veces) con que lo hacen e incluso reconocen.
Por otro lado, me resultan aparentemente contradictorios dos hechos que leo y percibo últimamente: aumenta el número de familias necesitadas que, en el anonimato, acuden a Cáritas a recibir algo que llevarse a la boca; pero por otro lado disminuye el número de personas que piden a diario en el Metro (o al menos en mi vagón). A bote pronto se me ocurren tres causas de este descenso de mendicidad en el Metro: el personal no está para dar muchas limosnas; desde el Estado, dada su no confesionalidad, no se quiere promover la práctica de la tercera virtud teologal católica (la Caridad); o bien se ha impuesto la vergüenza a pedir.
¿Y al final qué tenemos? Los que roban se pasean orgullosos por sus villas (y cortes), sin pedir perdón ni mostrar arrepentimiento alguno. La sociedad, es decir nosotros, de manera casi instintiva, les envidiamos por su “astucia” y por la vidorra que se darán cuando salgan del talego, más pronto que tarde. Enfrente de los primeros están los que piden, menos responsables que aquéllos de su situación, y sin embargo anónimos, avergonzados y humillados.
Así es la vida, se dio la vuelta a la tortilla y hoy “es triste robar, pero más triste es pedir”.

Alfonso Danvila

viernes, 23 de marzo de 2012

Plan para el domingo


Este fin de semana vuelven a las carteleras, como las golondrinas de Bécquer, un par de elecciones autonómicas. Ya saben, ese sarao regional que se monta de cuando en cuando, lleno de papelitos diversos y urnas y candidatos y partidos. Un fiestón, no se atrevan a negarlo.

Y con las elecciones también volverán las imágenes de una monja votando -¡una monja! ¡habráse visto!-, un señor disfrazado haciendo lo propio, famosetes posando junto a la urna, niños perdidos en la vorágine del colegio electoral, delegados de los partidos engolando la voz para afirmar que todo ha ido bien y un policía nacional tembloroso -y eso que seguro que es portavoz de algo- asegurando lo mismo que el delegado. Y los más viejos del pueblo Nosécuál, que han ido en silla de ruedas a votar, qué entrañable. Y los dieciochoañeros nerviosos por ejercer el sacro derecho, qué lindo. Y decenas de tertulianos en teles y radios hablando sobre la magna importancia de la fecha, sobre si uno u otro candidato es más guapo y más listo y más alto -que de verdad lo sea es lo de menos- y sobre cotilleos varios y situaciones absurdas.

Claro que tampoco escaparemos de las sonrisas profidén de los candidatos todos y aquí sus señoras, ponte de este lado, Pepe, que en el otro tienes un grano, y los incomodísimos flashes de las cámaras de fotos de los periodistas que, a cara perro, montan guardia en los colegios electorales que correspondan. Ni del baboseo de los partidarios de uno y de otro y del de más allá, vendiendo pieles de oso a cascaporrillo y solicitando al Vaticano el santo súbito para su candidato prefe (sic). Ni de las sesudas conclusiones de los políticos tras saber el resultado de la porra democrática, en las que parece que, de un modo u otro, todos ganan -será, quizás, por eso que les gustan tanto las elecciones a nuestros próceres-.

¿Saben qué?, que a mí todo ese circo me parece hasta soez de tanta lamida de culo y tanta baba y tanta pose. Así que, sinceramente, les recomiendo que tal día como el domingo se queden en casa, apaguen la tele, la radio y se dediquen a actividad tan constructiva como es la lectura o se vayan de excursión o de parranda con sus amigos. Sí, eso les digo: no voten. Total, para qué.

Diego Garijo

El cambio andaluz

Con el paso de los años, el inicio de un artículo de este tipo ha ido cambiando. Hace apenas 20 años empezaríamos diciendo que "el lunes nos levantaremos conociendo el resultado de las Elecciones Andaluzas". Hace una década, escribíamos que "el domingo nos acostaremos" con el mismo conocimiento. Y hoy decimos que el próximo 25 nos sentaremos a cenar sabiendo qué ha salido de las urnas. Y las opciones son las que son. O una victoria pepera por mayoría absoluta -o por mayoría casi absoluta conjugada con la entrada de UPyD en el Parlamento- o una derrota dulce sociata que le permita apoyarse en Izquierda Unida -una vez que contenten con algo a Sánchez Gordillo, que en principio se opone- para mantener el Gobierno.

La principal duda está en comprobar cuánto voto pierde el PSOE tras los escándalos de corrupción que -por fin- se están publicando en los últimos meses. Y, algo en lo que no se está reparando al norte de Despeñaperros, la traducción en votos de la rebelión que los funcionarios de la Junta tienen en marcha desde hace unos años, en paralelo a la acelerada descomposición del régimen.

El lema del Partido Popular, seguramente el encargado de formar gobierno en unos días, es "El cambio andaluz". Ya saben que para los peperos de los últimos años no hay mayor inspiración que los lemas del primer felipismo. Cosas veredes. Y el lema del Partido Socialista es "por el camino seguro", sin indicar la dirección del mismo.

Pase lo que pase en las urnas, creo que en Andalucía van a cambiar cosas en el sentido en el que se están anunciando en campaña. Creo que va a disminuir el expolio de dinero público, y que esto ocurrirá gane quien gane. Entre otras cosas porque casi no queda dinero público que expoliar. Creo que va a haber recortes en todos los servicios. Gane quien gane. Entre otras cosas porque, por lo dicho anteriormente, no hay cómo pagar esos servicios. Creo que va a haber una poda que elimine tanta rama inútil de la administración. Gane quien gane. Pero seguimos con lo mismo: Porque no hay para seguir dejándolas crecer.

Ahora bien, el día 26, y el 27, y el 28, y todos los que vengan después, Andalucía seguirá, gane quien gane, defendiendo un Estatuto que habla de realidad nacional. Andalucía seguirá teniendo una Televisión que es la causa principal de la extensión de los tópicos despectivos sobre los andaluces. Andalucía seguirá manteniendo una estructura elefantiásica, como tiene hasta la más modesta comunidad. Seguiremos viendo cómo a nuestros niños se le enseña a celebrar efemérides vacías y emocionarse oyendo a Rocío Jurado mientras ondean los colores verde, blanco y verde... a la vez que a los colores rojo y gualda sólo se les anime cuando haya deporte de por medio. Seguiremos recibiendo en las inocentes mentes infantiles el veneno de las ocurrencias de un tal Infante. Seguiremos midiendo la educación de la Región en términos cuantitativos, comparando notas con nuestros vecinos, en lugar de cualitativamente. Una Educación, además, que será convenientemente intervenida para que a los niños se les indique qué es válido y qué no a la luz de la sacrosanta partitocracia y el consenso. Parte del dinero que los andaluces paguemos teóricamente para mantener una atención sanitaria pública y de calidad se seguirá destinando a experimentar y descuartizar seres humanos...

Y seguiremos marcando diferencias con este y aquel español, nacidos ellos junto al Tajo, al Ebro, al Duero o al Sil en lugar de junto al Guadalquivir.

Gane quien gane. Porque todos los que pueden ganar defienden tales cosas. Punto por punto y de manera explícita. Seguiremos, en suma, alimentando la espiral a la que el Estado de las Autonomías nos ha llevado en las últimas décadas.

Pero ¿es que no ha mejorado nada en estas décadas? Hombre, pues sí. Como decía al principio, ahora nos ahorramos una noche de intriga.

El cambio andaluz que nos ofrecen ocurrirá. Gane quien gane. Pero ¿es ése el cambio que queremos y, sobre todo, que necesitamos?

Gonzalo García

Normalizar la "vía Nanclares"

Resultan indignantes las declaraciones de Ángel Yuste, director general de Instituciones Penitenciarias en el Gobierno del PP, en las que asegura que cerrar la llamada “vía Nanclares” sería equivalente a derogar el Código Penal ya que, según el alto cargo popular, éste prohíbe que las penas se ejecuten de modo diferente al que están reguladas. Y eso ocurriría, siguiendo con las palabras de Yuste, si se exige que los presos etarras cumplan su condena de modo escrupuloso y no con vaciedades e inconcreciones que, al cabo, sólo buscan continuar con el llamado “proceso de paz”. Estas palabras del máximo responsable del PP en la dirección de las cárceles españolas parecen más una truculenta y sórdida broma que una opinión seria.

Para añadir burla a la situación, Yuste también ha declarado que las víctimas del terrorismo deberían -importante ese condicional- poder recurrir a las excarcelaciones de los asesinos de sus familias. Es decir, el responsable del departamento que presenta las solicitudes ante el juez de vigilancia penitenciaria acerca de dejar libres a asesinos, directamente, asegura que las víctimas podrían -condicional- tener la posibilidad de recurrir las excarcelaciones que su propio negociado solicita. No se sabe, llegados a estas alturas de la declaración, si a Yuste le falta vergüenza o le sobra cinismo.

No es aceptable que el encargado de dirigir las cárceles españolas apueste por una vía tan injusta, tan ilegal y tan bochornosamente cobarde como la “vía Nanclares”; ni que el responsable de vigilar el cumplimiento de las condenas, también las de los etarras, coquetee con ablandar, mucho más allá de lo que dicta la propia ley, dichas condiciones; ni que el elegido por Rajoy para regir las prisiones cumpla punto por punto la hoja de ruta trazada hace ya años por ETA para preparar la salida masiva de etarras a la calle sin haber cumplido su condena.

Pero no nos engañemos: Ángel Yuste es sólo una pieza, y no de las más importantes, en el engranaje de la negociación-rendición con ETA. Que Yuste diga lo que dice no tiene tanta gravedad como que el ministro de Interior, Fernández Díaz, haga lo propio acerca de la “amabilidad” con que se tratarán a los etarras encarcelados ni como que el mismísimo presidente del Gobierno -recordemos, del PP-, Mariano Rajoy, contribuya como contribuye a buscar en las negociaciones políticas con una banda terrorista lo que no se quiso -ni se quiere- conseguir con acción policial y judicial.

Como les decíamos más arriba, todo este comportamiento de los miembros del Gobierno resulta de lo más mezquino pero ¿hasta qué punto de sordidez llegarán las miserias que nos faltan por saber?

Cruzando el Rubicón

jueves, 22 de marzo de 2012

Privatizando


Tengo la enorme convicción de que no entiendo un carajo, y perdonen ustedes el modo de señalar, sobre economía y asumo, quizás hasta orgulloso, que me aburre hasta la nausea tanta cifra, tanto análisis y tanta adoración a esos nuevos oráculos de Delfos. Creo que las cosas cuanto más simples, mejor. Cuando algo es extremadamente enrevesado, así de suspicaz que soy, me da la impresión de que es un timo. Y si para el fraude usan términos ininteligibles y usados por vanidosos iniciados, además de aburrimiento siento un poco de asquito, la verdad. Porque no se puede ser tan cursi, no me digan ustedes que no.

Por ejemplo, y sin liarnos demasiado, está el tema de las privatizaciones. Ya saben que en la década pasada y antepasada en el solar patrio se vendieron a troche y moche compañías estatales, de ésas que daban beneficios al Estado, de ésas que aliviaban la presión fiscal al españolito de a pie. Y, sinceramente, nunca he entendido muy bien el porqué Telefónica, por poner un ejemplo, se vendía a señores con posibles. Sí, ya me han dicho la excusa de que si libre mercado, que si libre competencia, pero insisto en que no veo el problema en que una de las compañías sea de titularidad estatal, y menos aún cuando el sector en cuestión, las telecomunicaciones, es tan estratégico -dicho sea de paso que allá en Europa hay Estados que son propietarios de compañías telefónicas... compañías que a su vez son propietarias de las que le hacen la competencia a Telefónica de España, véase France Telecom y Orange-.

Gracias a Dios, siempre vienen nuestros próceres a aclararnos las dudas que, simples mortales como el abajo firmante, tenemos por ignorantes y descerebrados. Para qué sirve la privatización, va y dice el plebeyo, parece que susurran los inmensos líderes que tanto y tan bien nos gobiernan, loados sean. Y como con ejemplos todo se entiende mejor, pues van nuestros amados guías y nos ofrecen no uno sino tres sobre para qué sirve la privatización. ¿Les suena los nombres de Iñaki Urdangarín -yerno del rey, por si alguien está despistado-, Paloma Villa -mujer de Eduardo Madina, a su vez dirigente del PSOE- y José Iván Rosa -marido de Soraya Sáenz de Santamaría, vicepresidente del Gobierno, ni más ni menos-? Pues esos tres premiados, entre otros, son la demostración palmaria de para qué sirven las privatizaciones: para colocar a los familiares sin tanta traba como con la empresa estatal, que siempre estaría el Tribunal de Cuentas dando por saco.

Pero no crean que es injusto, no: qué menos que proporcionar a nuestros gurúes estabilidad en su vida familiar. Caray, que no somos salvajes. Como el romano aquél, menudo bestia, que fue y cascó que su mujer, además de serlo tenía que parecerlo. Qué barbaridad más gorda, ¿verdad?, qué sinsentido, qué burrada. Ay, menos mal que nosotros somos modernos y no unos asilvestrados, como ellos. Como los romanos.

Diego Garijo 

Es un poner


Pongamos que acabamos de llegar, como aquél que dice. Pongamos que ya lo hemos hecho antes, en otros lugares. Pongamos que nuestro propósito no es mejorar un servicio público (la sanidad en este caso) sino, para empezar, “ahorrar y gastar menos”. Pongamos que, como lo principal ahora es “ahorrar y gastar menos”, si se cumplen nuestras órdenes, se dispararán las listas de espera. Y, si no se cumplen y las listas de espera no se disparan, no se podrá “ahorrar y gastar menos”.

Pongamos que ya lo tenemos todo pensado y repensado y, ocurra lo que ocurra, culparemos a la sanidad pública en general, y al personal sanitario en particular, del desastre que se avecina. Si el personal sanitario cumple nuestras órdenes, les culparemos del aumento de las listas de espera, y resaltaremos el mal funcionamiento de la sanidad pública, que ni siquiera es capaz de ponerse las pilas con gestores tan excelentes como nosotros. Pero, si el personal sanitario deja de cumplir nuestras órdenes para dar un mejor servicio a los pacientes, les culparemos de no “ahorrar y gastar menos”. Y no dejaremos de subrayar el mal funcionamiento de la sanidad pública, por supuesto, en la que -¡habráse visto!- es necesario gastar dinero para ofrecer un servicio adecuado a los pacientes.

Pongamos que cualquiera de las dos opciones nos va a venir fenomenal, para presentar a la sanidad pública como un pozo sin fondo, y al personal sanitario como una panda de vagos que necesitan ser metidos en vereda con una “gestión” adecuada. Pongamos, además, que, para la enfermedad (nunca mejor dicho) que estamos causando nosotros (y de la que, insistimos, culpabilizaremos a otros, hagan lo que hagan), ya tenemos preparado el remedio.

Pongamos que el remedio son “empresas privadas de gestión sanitaria”. Pongamos, por otra parte, que dichas empresas no pertenecerían precisamente a desconocidos, sino que, en algunos casos, pudieran leerse en la lista de sus presidentes y directivos (y accionistas, si tal fuese el caso) nombres y, sobre todo, apellidos que podrían llegar a resultar extrañamente familiares.

Pongamos, incluso, que algunos de los “gestores” que han acudido a salvar a la sanidad pública de sí misma mediante un harakiri perfectamente planificado y controlado también podrían llegar a tener montada su propia consultoría o empresa relacionada con la “gestión de servicios sanitarios”.

Pongamos, finalmente, que los propios bomberos pirómanos ya teníamos decidido el nombre del engendro aún antes de parirlo en otras regiones de España.

Y pongamos que el nombre pudiera ser “colaboración público-privada”…

José Luis Morales

La mentira como método

Una noticia convulsionó en general a todo el mundo y a Francia en particular: unos niños caían muertos en la puerta de su colegio por los disparos hechos desde una motocicleta. Enseguida, los medios de comunicación tanto galos como internacionales se pusieron en marcha frenéticamente para informar de todas las pesquisas, sospechas y averiguaciones habidas con respecto a ese trágico crimen. El revuelo que se formó entre los periodistas fue de órdago y se transmitían datos sin contrastar, equívocos y contradictorios, tales como la acusación en absoluto velada del Frente Nacional francés como inspirador de los hechos -los niños asesinados eran judíos, así como el colegio del que salían- inspirada en una simplificación terrible y harto peligrosa. Hay que añadir que, para más escarnio, el FN ya había condenado públicamente los asesinatos de los niños. Asimismo, cuando se averiguó que el mismo asesino había disparado con resultado de muerte sobre tres soldados franceses, raudos corrieron los medios de comunicación a justificar su dislate de acusación con la excusa de que dos de esos tres soldados caídos eran musulmanes. Finalmente, los profesionales de la investigación, esto es, las policías y servicios secretos franceses, han conocido la identidad del agresor y ha resultado ser un franco-argelino, por supuesto musulmán y, según parece, con ciertas relaciones con la red terrorista Al Qaeda. Mientras escribimos este editorial, las fuerzas de seguridad francesas lo mantienen acorralado en el interior de una vivienda.


Pero lo que nos ocupa y preocupa es el uso inapropiado y adulterado de la información, convirtiéndola tan solo en una herramienta de manipulación con intereses partidistas -no olvidemos que Francia está en periodo electoral y la candidatura de Marine Le Pen, del FN, ha tomado suficiente fuerza para ser la opción a las candidaturas de derechas e izquierdas-. Por ejemplo, mientras se sostuvo la idea de que el asesino era un neonazi relacionado con el FN, en los medios de comunicación más importantes del mundo, incluidos los españoles, se le llamó “terrorista”. Tan sólo unas horas después, cuando supimos que el terrorista se llama Mohamed Merah y es de origen argelino, automáticamente los titulares trocaron los calificativos por “presunto asesino”.


No dejaría de ser anecdótica esta manipulación tan burda y torpe si no fuese porque no es rara sino más bien habitual en el mundo periodístico: la prensa depende tanto de las autoridades en el poder y está tan infecta de intereses políticos, totalmente ajenos a la deontología de la profesión periodística, que convierten el noble oficio de informar en una especie de sórdido trabajo de crear rumores y contra-rumores sin el más mínimo interés en informar verazmente. Además, como consecuencia directa, el derecho a la libre información se ve convertido en un eslogan, en un alfiler que poner en la solapa del político de turno en el poder. No tenemos más que mirar los titulares y la información de los diarios y revistas con una tendencia política -perfectamente conocida- o con la otra: sirven sin parar a los intereses de los partidos, como buenos siervos ante su señor. ¿Y dónde queda el periodismo de verdad, la veracidad y la independencia? Simplemente, son marginales y, con contadas excepciones, se encuentran en la red.


A pesar de todo, desde Cruzando el Rubicón, medio independiente y veraz, no queremos perder la esperanza en el gremio. Es la hora de los que ejercen el oficio periodístico: decidir si están dispuestos a seguir con ese juego suicida de su profesión o plantarse ante quien quiere usarlos como peones en una guerra que, sin duda, no es la suya.


Cruzando el Rubicón

miércoles, 21 de marzo de 2012

Sin compromiso


Sólo hay que echar un vistazo alrededor: no está de moda casarse. Y eso está muy bien porque no me negarán que eso de comprometerse para toda la vida como que no es moderno, te corta las alas, te quita libertad e independencia y, caray, por qué renunciar a ayuntarse con varios, o varias, y no sólo con uno. Que ya saben que en la variedad está el gusto, y si no es variedad sino multitud, pues mejor que mejor. Pero, ya les digo, lo que menos gusta del matrimonio, esa institución arcaica, es el rollo ese el compromiso para siempre. Hasta que la muerte os separe, dicen. Nada, nada, es mucho mejor huir de los compromisos.

Y acto seguido nos metemos con fulanita o menganito -o con menganita o fulanito o ambos- en una casa. Y nos repiten, con toda la razón, que si total nos vamos a gastar los dineros en el alquiler, mucho mejor comprar. Sin duda es una buena idea. Sí, bueno, con nuestros ingresos y nuestros contratos -que también huyen del compromiso, manera fina de decir que son temporales, a su vez manera suave de decir que nos pueden largar cuando al jefe le apetezca-, los propios y los de los fulanitos y menganitas de turno, las hipotecas que se nos ofrecen son a cuarenta y cincuenta años. Pero, oigan, que merece la pena: esas seguridades, esa compra de un bien inmueble, esa inversión de futuro. Y allá que vamos con el menda que toque en ese momento a firmar. Qué orgullosos, qué listos, qué modernos y, sobre todo, qué libérrimos. Sin compromisos con nadie. Aunque...

¿Sin compromisos con nadie? Crédito hipotecario a cincuenta años, a finiquitar a la edad de ochenta, quince años después de habernos jubilado; cincuenta años pendientes de que nos renueven los contratos temporales, de aceptar que nos bajen los sueldos y empeoren las condiciones laborales so pena de quedarnos sin un chavo en el bolsillo con el que hacer frente a la deuda; cincuenta años atado a zutanito o menganita, a ése que era para un rato, que era desechable, por la cadena del banco, por la cadena del piso; cincuenta años ofreciendo nuestra vida por algo que, probablemente, no valga nada ni nos sirva de nada cuando seamos octogenarios. Hasta que la muerte nos separe. De la deuda.

Huyendo del compromiso, dicen. Pobres incautos.

Diego Garijo

Justificando lo injustificable


Acaparan las páginas de los principales diarios nacionales las noticias sobre la reciente condena al antiguo presidente de Baleares, Jaume Matas, y sobre la conveniencia o no de que tal condena se proyecte sobre su partido y la importancia o no de que bajo las siglas del PP cometiese los delitos que se han considerado probados. Por otro lado, siguen coleando los casos de los ERE’s andaluces que, a su vez, salpican al entorno del propio presidente Griñán y del antiguo presidente Chaves. Un caso, y otro, y otro, no han dejado de gotear sobre corruptelas de distinto tipo en todas las Comunidades Autónomas a lo largo de las tres últimas décadas, esto es, desde que comenzó la existencia de dichas Comunidades.

En otro frente, se analiza la duplicidad de competencias en multitud de áreas y la necesidad de poner coto a unos gastos desmedidos por triplicado. Sin embargo, se plantean opciones como eliminar las Diputaciones Provinciales y reorganizar los ayuntamientos agrupándolos no se sabe muy bien en función de qué criterios, aunque sospechamos que únicamente el económico -recordemos que es gracias a las Diputaciones por lo que los municipios más pequeños tienen servicios tan básicos como el agua corriente o la electricidad, las carreteras asfaltadas o repetidores de telecomunicación, entre otros, y que existen ayuntamientos con más de dos mil años de historia-. Sin embargo, en ningún momento se plantea el cierre de las Comunidades Autónomas, generadoras de la mayor parte de gasto en nuestro país, además de ser los mayores focos de corrupción política a gran escala como demuestra la condena de ni más ni menos que ocho presidentes de autonomías, aparte de decenas de consejeros y diputados regionales.

Es necesaria una nueva estructura estatal y una nueva organización territorial. Pero seamos sensatos: los ayuntamientos, algunos con fueros seculares y otros con tradiciones propias, son instituciones naturales del ser humano que no pueden depender de las diversas circunstancias socioeconómicas de cada lustro o de cada década. De ser así, España se convertiría en un ingobernable caos y los municipios, actuales instituciones de trato directo con la población, perderían toda su eficacia. Por su parte, las Diputaciones Provinciales, de desaparecer, provocarían, además de la desatención a los municipios más pequeños y con ellos a todos sus habitantes, un centralismo multiplicado por diecisiete que aumentaría a la enésima potencia la tentación caciquil de los rectores regionales, gobiernen éstos bajo las siglas que gobiernen.

La organización territorial por Comunidades Autónomas, un experimento que se hizo queremos creer que con buena intención, no ha dado el resultado esperado: la economía se ha hundido en su pozo sin fondo, la unidad se ha resquebrajado con añagazas egoístas y la desafección del pueblo por su clase mandataria es más que palmaria. Es necesaria una nueva estructura territorial, eso es cierto, pero hay que comenzar, cuando sea posible, por eliminar las Comunidades Autónomas y, por otra parte, dejarse de experimentos carísimos y de dudosa eficacia con instituciones que han demostrado su validez durante siglos, tales como ayuntamientos o diputaciones. Seamos cuidadosos con nuestras ocurrencias porque después seremos nosotros los que paguemos los platos rotos.

Cruzando el Rubicón