En esa cuarta parte
ya no cuentan decenas de miles de jóvenes que han tenido que recuperar una
lacra para la riqueza nacional como es la emigración. Emigración que han fomentado
y alabado los responsables de que no exista, de que no sea obligatoria. El
futuro de nuestra nación, el esfuerzo que individual y colectivamente se ha
hecho para preparar toda una generación, no tendrá un retorno ni una amortización.
Tan sólo unos envíos de dinero que apenas cubrirán las necesidades de las
familias de emigrantes que han quedado en España.
Otro segmento
de esa cuarta parte inactiva de la población son los mayores de 45 años que han
quedado en paro no por su mal hacer sino por la pésima gestión de sus jefes o
la rapiña del Régimen, que tantas empresas ha arruinado. Esos mayores de 45,
por regla general y según el modelo económico español, no volverán a trabajar
nunca. Es decir, las décadas de experiencia que ellos pueden aportar al
enriquecimiento de la nación se quedarán desaprovechadas por una exclusión tácita
por motivos de edad. Centenares de miles de españoles que, tras haber trabajado
decenios, se encuentran en la desesperanza de los rechazos recurrentes en sus
intentos de encontrar un puesto de trabajo donde ganarse el pan, el suyo y el
de sus familias.
Por otro lado,
los jubilados, héroes en esta España de molicie, soportan sobre sus espaldad
solidariamente la ruina de sus hijos o nietos y asumen una preocupación por el
futuro que no debería ser ya suya sino de la población activa. Ellos, los
jubilados, que sacaron adelante nuestra nación con enormes esfuerzos y la
rescataron de la pobreza otorgándonos a las siguientes generaciones un país
rico, tranquilo, orgulloso, en paz, tienen ahora que arrostrar como propias
unos desvelos que no merecen.
Vemos cómo el
Régimen del 78, por una ineptitud que es difícil creer que sea inocente, ha
laminado todo el tejido industrial, agrícola y social español en el altar de
una supuesta modernidad, en el servilismo a potencias extranjeras y en
beneficio de la acumulación del capital en muy pocas manos –en el XIX eran
pocas personas o pocas familias, ahora son pocas compañías; el efecto es el
mismo-. Se persigue al pequeño propietario y a las empresas familiares acosándolos
con impuestos desmedidos, gestiones laberínticas y legislación hostil, sumiéndolos
en un dédalo de administraciones y un sinfín de preocupaciones.
Es ésta la realidad de la democracia, de cómo ese sistema tan ajeno a
nuestra Historia y a nuestra nación ha ido aruinándonos hasta, sencillamente,
destrozar nuestra economía nacional. ¿Hasta cuándo sufriremos esta lacra?
CeR
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Todos los comentarios necesitarán de la aprobación de un administrador. No se admitirán comentarios con obscenidades ni expresiones de mal gusto, así como insultos, difamaciones o calumnias.