jueves, 22 de enero de 2015

La realidad de la democracia

   Que la situación socio-económica en España es preocupante no se le pasa a nadie y ninguna persona con un mínimo de sensatez lo puede negar. Casi una cuarta parte de la población activa está desempleada o, en el mejor de los casos, dedicada a chapuzas esporádicas que permiten la supervivencia de miles de familias. Una cuarta parte que incumple, por obligación, con los gravámenes del Estado, usados por el Régimen del 78 no para sostener y engrandecer al cuerpo social de la nación sino, casi en exclusiva, para repartírselos en lujos y vicios. Todo mientras la propia clase política, tan desdeñosa con los problemas reales que a ellos ni siquiera rozan, no está dispuesta a emprender un cambio profundo en el modelo económico que ha demostrado a todas luces ser insuficiente cuando no inicuo para la sociedad a la que debería servir.

En esa cuarta parte ya no cuentan decenas de miles de jóvenes que han tenido que recuperar una lacra para la riqueza nacional como es la emigración. Emigración que han fomentado y alabado los responsables de que no exista, de que no sea obligatoria. El futuro de nuestra nación, el esfuerzo que individual y colectivamente se ha hecho para preparar toda una generación, no tendrá un retorno ni una amortización. Tan sólo unos envíos de dinero que apenas cubrirán las necesidades de las familias de emigrantes que han quedado en España.

Otro segmento de esa cuarta parte inactiva de la población son los mayores de 45 años que han quedado en paro no por su mal hacer sino por la pésima gestión de sus jefes o la rapiña del Régimen, que tantas empresas ha arruinado. Esos mayores de 45, por regla general y según el modelo económico español, no volverán a trabajar nunca. Es decir, las décadas de experiencia que ellos pueden aportar al enriquecimiento de la nación se quedarán desaprovechadas por una exclusión tácita por motivos de edad. Centenares de miles de españoles que, tras haber trabajado decenios, se encuentran en la desesperanza de los rechazos recurrentes en sus intentos de encontrar un puesto de trabajo donde ganarse el pan, el suyo y el de sus familias.

Por otro lado, los jubilados, héroes en esta España de molicie, soportan sobre sus espaldad solidariamente la ruina de sus hijos o nietos y asumen una preocupación por el futuro que no debería ser ya suya sino de la población activa. Ellos, los jubilados, que sacaron adelante nuestra nación con enormes esfuerzos y la rescataron de la pobreza otorgándonos a las siguientes generaciones un país rico, tranquilo, orgulloso, en paz, tienen ahora que arrostrar como propias unos desvelos que no merecen.

Vemos cómo el Régimen del 78, por una ineptitud que es difícil creer que sea inocente, ha laminado todo el tejido industrial, agrícola y social español en el altar de una supuesta modernidad, en el servilismo a potencias extranjeras y en beneficio de la acumulación del capital en muy pocas manos –en el XIX eran pocas personas o pocas familias, ahora son pocas compañías; el efecto es el mismo-. Se persigue al pequeño propietario y a las empresas familiares acosándolos con impuestos desmedidos, gestiones laberínticas y legislación hostil, sumiéndolos en un dédalo de administraciones y un sinfín de preocupaciones.

Es ésta la realidad de la democracia, de cómo ese sistema tan ajeno a nuestra Historia y a nuestra nación ha ido aruinándonos hasta, sencillamente, destrozar nuestra economía nacional. ¿Hasta cuándo sufriremos esta lacra?

CeR

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