Según una noticia de última hora,
el antiguo tesorero del PP, Bárcenas, saldrá inminentemente de prisión pagando
una fianza de 200.000 euros. Es la coima que paga por no tener el mismo trato
que el común de los españoles. Pero eso, siendo legal, no es lo grave.
Lo grave es que el Régimen del 78
ha ido legislando poco a poco para enriquecer a dos generaciones de políticos
en niveles que ellos nunca antes habrían siquiera soñado; que el Régimen del 78
ha montado un sistema alrededor del Estado para beneficio propio parasitando la
Administración Pública; que el Régimen del 78 ha anulado los órganos de control
económico –y moral- para robar con garantía de no ser vigilados ni,
consecuentemente, castigados; que el Régimen del 78 ha arruinado la Nación llevándola
al borde de la desaparición.
Que de los cientos de casos de
corrupción política sólo unos pocos –media docena o menos- hayan acabado con el
culpable en prisión indica claramente hasta qué punto el Régimen ha sido
construido sobre la impunidad de los políticos. Un Régimen que, basándose en el
principio democrático, ha colonizado con los partidos políticos todas y cada
una de las esferas sociales en España. No por un interés ideológico que, aun
torticero, tendría una trascendencia. El último motivo es mucho más prosaico y
miserable: el simple y llano latrocinio.
En España disfrutamos de un
Estado sólido basado en un cuerpo de funcionarios, expertos en diversas
materias y difícilmente sobornables –para ellos, en contra de los políticos, la
ley sí es rigurosa y sí se cumple-. Observamos cómo la corrupción funcionarial
es marginal, una excepción que confirma la regla de que el Estado –no el
sistema o el Régimen sino el Estado- funciona honradamente.
En cambio, sobre estos
funcionarios expertos tenemos una legión de políticos -asesores, consejeros,
secretarios, directores y demás- que no han demostrado otra cosa que fidelidad
al partido de turno. Fidelidad que, en esta época, no significa otra cosa que untuosidad
al jefecillo partidista, adulación al siguiente en la cadena de mando del
partido o servilismo y sumisión a cualquier decisión por injusta y arbitraria
que ésta sea. Personas que no tienen categoría profesional pero sí una relación
de amistad, parentesco o simple comilitancia con el alcalde, el consejero, el
diputado o el ministro, o tantos otros cargos políticos también sin prestigio
profesional, escondidos tras una supuesta legitimación por las urnas.
El Régimen del 78, que se
presenta como el modernizador de España, nos retrotrae en realidad a las épocas
más oscuras del siglo XIX y de principios del XX. Nos vuelve violentamente al
ambiente del Vuelva usted mañana de
Larra y seca España de talento, de respuesta y de crítica real. Convierte
la Nación en un terreno yermo en inteligencia, esclavo de la ignorancia, preso
de la estupidez.
Ésta y no otra es la categoría moral de los que han decidido y deciden el presente y el futuro de nuestra Patria.
CeR
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