Qué tiempos aquellos en
que el veraneo se notaba hasta en la prensa, cuando existían esos suplementos
temporales y especiales ad hoc,
cuando las revistas y periódicos sacaban refritos de toda la información y
opinión dada durante el año y entretenían como mejor podían el estío del
personal. Noticias bobas, curiosidades, cotilleos, rumores, test veraniegos y
un sinfín de artículos cuyo objetivo era sólo hacer pasar el rato, sin
pretensiones, sin ampulosidades, sin dramatismos.
Ahora no es así: la política
lo ha invadido todo. Incluso el veraneo, algo impensable en este pueblo
hispano, playa o montaña, que todo lo aparca para cambiar de aires, para darle
al botijo, al porrón, a la bota y, rascándose los mondongos, espera que pasen
los calores a la fresca. Este pueblo nuestro que, ay, no recuerda el paréntesis
genial que era agosto -e incluso julio- y sigue dale que te pego con las
discusiones sobre si tal político mea más lejos que tal otro, todo ornamentado
con alambicados y crípticos términos técnicos que el hablante, es decir, el
españolito de a pie, apenas alcanza.
Y en la prensa igual: no
hay día que no se proclame un escándalo político, con lo cansado que es eso a
cuarenta grados y subiendo. Que si Perico robó, que si Juanito mintió, que si
Manolito hizo o dejó de hacer. Y mañana tras mañana nos traen los periodistas,
cual oráculo de Delfos de andar por casa, tantas razones para lamentarnos de
haber elegido susto y no muerte.
Pero de vez en cuando una
fresca brisa evocadora de otros tiempos se abre paso en las páginas emplomadas.
Y tal es el caso de Cecilia, una anciana señora residente en Borja que decidió,
porque ella lo valía, que una pinturita en el Santuario de allá estaba hecha un
ecce homo -que, además, eso era y así se llamaba: representaba a un Cristo
doliente tras la tortura- y que ella, con sus manitas, le iba a poner remedio.
Y agarrando pinceles y pinturas, con más intención que habilidad, termino
pintando sobre el fresco una especie de caricatura propia de Artis Mutis.
Qué bien que todo hubiese
quedado en mera anécdota veraniega, lamentando que los hijos de Cecilia nunca
le dijesen, simplemente, mamá, dedícate a otra cosa que no sea pintar. Unas
risas, un poco de burla y a los tres días nadie se hubiese acordado. Pero no:
el remolino que se ha montado con la bobería ya dura dos semanas. Los hay que
han montado negocietes a costa de la particular obra maestra de la abuela; y,
lo peor, el Santuario de Borja, que tan solo estaba, recibe decenas y decenas
de turistas ávidos de hacerse una foto con la chapuza que, incluso, pasan por
la caricatura billetes de lotería para que les de suerte. ¿Y que hacen los
medios de comunicación a éstas? Lo más absurdo: buscar un culpable, alguien que
expíe lo que tan sólo ha sido torpeza, y promover un fanatismo desmedido a
favor o en contra de la viñetita de marras.
Por eso a mí me ha dado
por recordar esa época en que hasta los demagogos tomaban vacaciones. Qué bien
se vivía entonces, rediós.
Diego Garijo