Resulta de un
cinismo inaceptable que los que hasta ayer parecían enemigos irreconciliables –centro-derecha
y centro-izquierda-, hayan hecho un alambicado salto de funambulismo para ahora
mostrarse como amigo inseparable frente a un enemigo común. Y el enemigo común,
sorprendente, no es el Islam o el yihadismo sino... la ultraderecha. Así, vemos
cómo los elogios y loas pueblan la red, desde medios nominalmente de derechas o
izquierdas hacia líderes supuestamente de la corriente contraria. Siempre con
la misma advertencia sobre un presunto peligro que representa la ultraderecha.
Jugar a cálculos
electorales teniendo los cadáveres aún calientes de los asesinados por el
terrorismo musulmán, enemigo declarado de toda Europa y de todo Occidente, es
repugnante. Pero indica lo que es un secreto a voces: los actuales gobernantes
de las naciones europeas no buscan otra cosa que mantenerse en el poder al
precio que sea.
Durante décadas
palabras como libertad, respeto, convivencia o equilibrio han sido la columna
vertebral del embuste que hace ya unos años es imposible de ocultar. No existen
esa libertad ni ese respeto, sólo existe un interés espurio por parte de la
clase dirigente europea; no importa la convivencia ni el equilibrio sino su
propia riqueza, el sostén de su poder y los infinitos recados que han de hacer
a poderes fácticos que los mantienen allí.
No es extraño,
pues, que esa clase política que se mantiene en el poder aun arrasando Europa
económica, social, cultural y moralmente a base del apoyo de, entre otros,
emires y sultanes, sencillamente cumpla los mandatos de sus amos. Y denuncie no
al atacante sino al defensor, no al Islam que nos aqueja sino a la ultraderecha
como antídoto.
La esperanza
consiste precisamente en eso, en que por fin haya una fuerza, un movimiento
capaz de poner en jaque y aun eliminar esa casta de privilegiados.
CeR
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