martes, 27 de marzo de 2012

Sola

Lleva varias horas anclada a la barra del bar y ya se ha tomado tres whiskies para aguantar la galerna. Al menos en este caladero, abrevadero, porque todo indica que no es su primera parada de la ronda de esta tarde. Procura hablar con el camarero que, pacientemente, disimula y hace como que la escucha. Sus palabras son ininteligibles y sólo se distingue un murmullo ronco, afectado. Herido.

Su rala melena pajiza, teñida una y mil veces, le da un aspecto de espantajo terrible mientras las vértebras cervicales asoman entre los tirantes de su camiseta formando una grotesca cresta en su encorvadísima espalda. Los hombros huesudos, también al aire, la muestran como colgada de una percha, abandonada en un armario vacío y sucio. Desechada.

Los músculos de los brazos han cedido a los no menos de sesenta años de edad y forman unos amorfos colgajos que se menean según ella se apoye en una u otra mano para mantener el equilibrio y agarrar su tabla de náufrago, su whisky barato. La camiseta acaba abruptamente a la altura de los riñones y, como un palmo más abajo, comienza una diminuta minifalda de cuero reluciente. La indiscreta parte superior de la falda deja ver la goma, y lo que no es goma, de la ropa interior de color rojo. O fucsia. O rosa. O algo así. Toda su piel -brazos, hombros, espalda, piernas- está renegrida, salpicada de manchas y cuarteada

El camarero, raudo, acude al otro extremo de la barra a atender a un nuevo cliente y ella, tras dudarlo unos instantes y convencida de que nadie la ve, intenta tres veces ponerse de pie. La primera resbala sobre sus tacones de un palmo y choca contra la barra; la segunda disimula e intenta ayudarse con el taburete; la tercera finge que se le ha caído el mechero. Procura agacharse a recogerlo y, cuando está a punto de perder el equilibrio y darse de morros contra el suelo, me descubre observándola y súbitamente vuelve a la posición vertical. O relativamente vertical. Mira hacia el techo, suspira y, mientras dice que no con la cabeza, pide a gritos otro whisky. El cuarto. Sin haber terminado el tercero. El camarero, sin decir palabra, se lo sirve y ella insiste en que le eche más cantidad . Él me mira fugazmente avergonzado y, finalmente, vierte otro chorretón.

Se da media vuelta y veo como del escote generoso asoma un pecho arrugado por demasiadas horas de sol, o rayos UVA, o simplemente décadas de edad. La marca de la camiseta se retuerce sobre su vientre y forma un amasijo irreconocible. Ella me sonríe con la boca pintarrajeada de rojo -definitivamente hace muchas horas que salió de casa-, guiña un ojo y alza la copa hacia mí. No me cabe la menor duda de que fue guapa pero hace ya demasiados años. Decido que es el momento de irme. Dejo sobre la mesa lo que debo y, al levantarme, siento la necesidad imperiosa de decirle algo, lo que sea. “Suerte”, le digo como un idiota y salgo a la calle. Sin mirar atrás. Ya no.

Diego Garijo

5 comentarios:

  1. Tu relato me gusta. Es expresionista, sincero, cinematográfico. Lo mejor el final, que se adapta a diferentes interpretaciones, un final abierto y múltiple. Y real, como la vida misma.

    Guau.

    ResponderEliminar
  2. Castilla del Pino afirmaba que esta sociedad primero neurotiza a las mujeres y luego las desprecia por neuróticas. Este artículo es de un misógino amargadete.

    ResponderEliminar
  3. Poético, crudo y real. Da que pensar, abre la mente del lector, al que le da la impresión de haber presenciado la escena en primera persona.

    Una prostituta, un parado, un currito, un "amigo", ... a uno le da la impresión de revivir esta escena a diario, cuando egoistas de nosotros, usamos a las personas (mujeres y hombres) como medios, y no como fines en sí mismos.

    ResponderEliminar
  4. Este artículo no es de un misógino amargadete, ójala, pero no dice nada sorprendente. El autor no se atreve. Se queda en un quiero y no puedo. Es una escena cotidiana más, provista de un halo decrépito que aporta qué. Totalmente prescindible esta entrada. No es mediocre por lo que cuenta, es mediocre por lo que no.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Totalmente de acuerdo. Siento deciros que muchas veces los comentarios son mejores y más acertados que los artículos.

      Eliminar

Todos los comentarios necesitarán de la aprobación de un administrador. No se admitirán comentarios con obscenidades ni expresiones de mal gusto, así como insultos, difamaciones o calumnias.