Pongamos que acabamos de llegar, como aquél
que dice. Pongamos que ya lo hemos hecho antes, en otros lugares. Pongamos que
nuestro propósito no es mejorar un servicio público (la sanidad en este caso)
sino, para empezar, “ahorrar y gastar menos”. Pongamos que, como lo principal ahora es
“ahorrar y gastar menos”, si se cumplen nuestras órdenes, se dispararán las
listas de espera. Y, si no se cumplen y las listas de espera no se disparan, no
se podrá “ahorrar y gastar menos”.
Pongamos que ya lo tenemos todo pensado y
repensado y, ocurra lo que ocurra, culparemos a la sanidad pública en general,
y al personal sanitario en particular, del desastre que se avecina. Si el
personal sanitario cumple nuestras órdenes, les culparemos del aumento de las
listas de espera, y resaltaremos el mal funcionamiento de la sanidad pública,
que ni siquiera es capaz de ponerse las pilas con gestores tan excelentes como
nosotros. Pero, si el personal sanitario deja de cumplir nuestras órdenes para
dar un mejor servicio a los pacientes, les culparemos de no “ahorrar y gastar
menos”. Y no dejaremos de subrayar el mal funcionamiento de la sanidad pública,
por supuesto, en la que -¡habráse visto!- es necesario gastar dinero para
ofrecer un servicio adecuado a los pacientes.
Pongamos que cualquiera de las dos opciones
nos va a venir fenomenal, para presentar a la sanidad pública como un pozo sin
fondo, y al personal sanitario como una panda de vagos que necesitan ser
metidos en vereda con una “gestión” adecuada. Pongamos, además, que, para la
enfermedad (nunca mejor dicho) que estamos causando nosotros (y de la que,
insistimos, culpabilizaremos a otros, hagan lo que hagan), ya tenemos preparado
el remedio.
Pongamos que el remedio son “empresas privadas
de gestión sanitaria”. Pongamos, por otra parte, que dichas empresas no
pertenecerían precisamente a desconocidos, sino que, en algunos casos, pudieran
leerse en la lista de sus presidentes y directivos (y accionistas, si tal fuese
el caso) nombres y, sobre todo, apellidos que podrían llegar a resultar
extrañamente familiares.
Pongamos, incluso, que algunos de los
“gestores” que han acudido a salvar a la sanidad pública de sí misma mediante
un harakiri perfectamente planificado y controlado también podrían llegar a
tener montada su propia consultoría o empresa relacionada con la “gestión de
servicios sanitarios”.
Pongamos, finalmente, que los propios bomberos
pirómanos ya teníamos decidido el nombre del engendro aún antes de parirlo en
otras regiones de España.
Y pongamos que el nombre pudiera ser
“colaboración público-privada”…
José Luis Morales
Maquiavélico. Pero tanto como, es un poner, previsible.
ResponderEliminarY ya puestos, pongamos que lleguen a ser realidad todos esos puntos mencionados, que por otra parte no veo para nada descabellados tal y como parece que van sucediendo las cosas.
ResponderEliminarEso sí, lo de los "bomberos pirómanos" te pierde...