Este fin de semana vuelven a las carteleras, como las
golondrinas de Bécquer, un par de elecciones autonómicas. Ya saben, ese sarao
regional que se monta de cuando en cuando, lleno de papelitos diversos y urnas
y candidatos y partidos. Un fiestón, no se atrevan a negarlo.
Y con las elecciones también volverán las imágenes de una
monja votando -¡una monja! ¡habráse visto!-, un señor disfrazado haciendo lo
propio, famosetes posando junto a la urna, niños perdidos en la vorágine del
colegio electoral, delegados de los partidos engolando la voz para afirmar que
todo ha ido bien y un policía nacional tembloroso -y eso que seguro que es
portavoz de algo- asegurando lo mismo que el delegado. Y los más viejos del
pueblo Nosécuál, que han ido en silla de ruedas a votar, qué entrañable. Y los
dieciochoañeros nerviosos por ejercer el sacro derecho, qué lindo. Y decenas de
tertulianos en teles y radios hablando sobre la magna importancia de la fecha,
sobre si uno u otro candidato es más guapo y más listo y más alto -que de
verdad lo sea es lo de menos- y sobre cotilleos varios y situaciones absurdas.
Claro que tampoco escaparemos de las sonrisas profidén de
los candidatos todos y aquí sus señoras, ponte de este lado, Pepe, que en el
otro tienes un grano, y los incomodísimos flashes de las cámaras de fotos de
los periodistas que, a cara perro, montan guardia en los colegios electorales
que correspondan. Ni del baboseo de los partidarios de uno y de otro y del de
más allá, vendiendo pieles de oso a cascaporrillo y solicitando al Vaticano el
santo súbito para su candidato prefe (sic). Ni de las sesudas conclusiones de
los políticos tras saber el resultado de la porra democrática, en las que
parece que, de un modo u otro, todos ganan -será, quizás, por eso que les
gustan tanto las elecciones a nuestros próceres-.
¿Saben qué?, que a mí todo ese circo me parece hasta soez de
tanta lamida de culo y tanta baba y tanta pose. Así que, sinceramente, les
recomiendo que tal día como el domingo se queden en casa, apaguen la tele, la
radio y se dediquen a actividad tan constructiva como es la lectura o se vayan
de excursión o de parranda con sus amigos. Sí, eso les digo: no voten. Total,
para qué.
Diego Garijo
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