La mediocridad es una
enfermedad que afecta a las personas y a las sociedades. En España, cuánto me
duele decirlo, se ha instalado, y lo que es más grave fomentado, en los últimos
50 años, para conseguir un pretendido igualitarismo.
Es mediocre el ser humano
que no busca mejorar en su quehacer diario, el que no tiene ninguna ambición
por saber más, por ser más. Se conforma con ir tirando, con hacer lo menos
posible, con salir del paso, con la chapuza.
Hay un dicho muy
difundido, con respecto al trabajo, que podría formularse así: me pueden engañar
en el sueldo, pero mi venganza es engañar con un trabajo de ínfima calidad. Las
consecuencias son gravísimas para el propio trabajador y también para la
sociedad.
El trabajador que no se
esfuerza por hacer su trabajo mejor, cada día, cada hora y cada minuto, además
de no progresar, convierte su trabajo en algo insoportable, porque en ningún
momento puede sentirse orgulloso de lo que hace, porque es una basura y una
estafa a su empresa y a la sociedad, pues los servicios que presta o los bienes
que produce, son deleznables. Todavía recuerdo el orgullo con que enseñaba a su
hijo las puertas de un edificio que había hecho él. Había puesto el alma en
ellas, había elegido amorosamente la madera, las había tallado primorosamente.
El ya se ha muerto, probablemente su hijo también, pero las puertas siguen funcionando
(a pesar de los soles y los fríos de mi tierra), siguen siendo bellas, y
algunos seguimos recordando el nombre del carpintero que las hizo.
Es mediocre el estudiante
que estudia sólo para aprobar, cuando tiene capacidad para sacar sobresalientes
o simplemente notables. Su estudio, que carece de la finalidad esencial:
aprender, saber más y se convierte en una esclavitud sin sentido y sin ninguna
mejora personal, pues no enriquece y como se ha hecho con desgana, se olvida fácilmente
lo aprendido, por lo que el estudiante no crece como persona, y no sabrá
aplicar sus concomimientos a nada, porque simplemente no tiene conocimientos.
Con nuestro sistema educativo actual todo se archiva en la memoria ram del
ordenador, que en cuanto se apaga deja de existir. No les empapa lo aprendido,
les resbala como el agua que baña un guijarro: deja su alma seca y a lo más que
aspira es a darle al guijarro una inútil capa de verdín.
En próximos artículos
veremos muchas otras formas de mediocridad y sus consecuencias funestas para la
sociedad.
Juan Ramón Prieto
Al final esto, como tantas otras cosas, el producto de la lluvia fina. Es lo que la sociedad observa porque desde arriba se le enseña en ese camino. Cuando alguien intenta resistir, el argumento es siempre el mismo: ¿Vas a apechugar tú cuando ese está ahí tan ricamente?
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