martes, 27 de marzo de 2012

Previsiones para una jornada de huelga

La lucha de clases interesa. Es mi conclusión, naturalmente. Interesa a los sindicatos e interesa a la patronal. Ambos sacan de la confrontación tajada. Todo, menos reconocer que un sindicato útil es el que integra a las partes del sector involucradas en la producción. Si se admitiese la definición reduciría al absurdo todo el montaje laboral de los últimos cuarenta años.

Ni a favor de la reforma laboral ni de la utilidad de una huelga que no sirve más que para que dos españas se enfrenten en una guerra ficticia: la de los intereses encontrados de empresarios y obreros.

Bueno, no tanto. Porque, efectivamente, los intereses de estos empresarios y de estos obreros de 2012 son no ya encontrados sino irreconciliables. Antes, en otras épocas y en otros países que cuesta identificar con el nuestro, aunque se llamasen también España, el papel de empresarios y trabajadores estaba tan identificado que formaban parte de un mismo colectivo. El fin social de las empresas no era una parte fundamental de su actividad sino la trama justificante de su actividad. Es decir, el empresario que se animaba a emprender un negocio, por encima del cálculo de beneficios, tenía presente que la empresa por nacer cumpliría un fin social que era el enriquecimiento de la nación a través del enriquecimiento de los obreros que operaban sus máquinas, la necesidad de la mercadería que se manufacturaba y la excelencia de la misma, aquello que catapultaba, en aquél o en otros mercados, la marca -la marca propia y la marca España, frasecita tan de moda en labios poco aficionados a hacer de verdad patria-. A esto último, en los nuevos tiempos, se le vino a llamar de forma técnica, valor añadido, aquello por lo que se diferenciaba un lapicero fabricado en Teruel de uno fabricado en Cantón. Uno podía perfectamente quejarse, por ejemplo, de la falta de patriotismo de una empresa si las guitarras que fabricaba eran comparables a las que fabricaría un chino. La empresa común de empresarios y luthiers era fabricar las mejores guitarras del mundo para que todo aquel que quisiera una guitarra de calidad comprase las nuestras y no las de otros.

Esa empresa común se rompe con el advenimiento del liberalismo económico. Ahora la función del empresario es obtener el mayor beneficio posible. ¿Cómo? A igual demanda, reducción de costes. ¿En qué? Imaginen. Primero, fuera la marca España. Se relaja la calidad de las maderas, colas y barnices. El producto pierde sus adjetivos en el camino y ya nadie compra nuestras guitarras por ser las mejores sino por ser guitarras. Se despide a los luthiers y se contrata ebanistas, carpinteros, herreros o fontaneros. Se contratan menos ebanistas, carpinteros, herreros y fontaneros que luthiers había entonces, se reducen los salarios y se exige que la productividad no decaiga. Peor pagados, recortados no sólo privilegios sino también derechos, los obreros entienden, necesariamente, que son el conejillo de indias sobre el que se va a edificar el Mercado y deciden organizarse. ¿En qué? En unos sindicatos despersonalizados y tildados de clase que, lógicamente, ven en el empresario al enemigo. Ya la tenemos montada. Los sindicatos exageran su papel social y reclaman al estado la protección que antes tenía el sindicato vertical que agrupaba a empresarios y trabajadores de las seis cuerdas. El estado ampara y subvenciona, patrocina al sindicato de empresarios y al sindicato de obreros y nadie sale beneficiado de la jugada, ni el estado ni el empresario ni el obrero. Pero da lo mismo.

Esta visión simplista de la realidad no gana complejidad con la aportación de un dato fiable. La especulación es el presente y el futuro. Los periodistas damos cifras en tantos por ciento de primas de riesgo y alzas y bajas en los mercados internacionales de divisas. Nadie, ni nosotros mismos, sabe de qué hablamos pero intuimos que es de eso de lo que hablamos, que eso es lo sustantivo de nuestra conversación económica, que ahí está el meollo. Y no nos equivocamos en la apreciación. En lo que nos equivocamos mucho tiempo antes es en la definición de la palabra economía. Si el ser humano deja de ser el eje de ella es en este baile absurdo de cifras en lo que se convierte. El hombre debería ser el origen y motor de la economía; las empresas deberían añadir valor añadiendo realización personal en sus operarios; los obreros deberían saber que su trabajo colabora en el crecimiento de la empresa y, por ende, de la nación; debería ser una cuestión de patriotismo el trabajo bien hecho y no la chapuza generalizada lo que justifica los buenos datos de productividad. Con esta deriva, ¿cabe extrañarse de que los trabajadores nos hayamos convertido también en una cifra en el balance de resultados? ¿Puede sorprender a alguien que el empleado no sea ya el principal activo de la empresa?

Creo que a nadie. Como decía al principio, ni a favor de la reforma laboral planteada por el Gobierno ni a favor de una huelga general que no beneficia más que a los que tienen que justificar su sueldo como líderes sindicales. La empresa y los sindicatos están en contra del pueblo, sustrato de la nación, y se ceban en golpearlo con cada gesto y con cada decisión. Podría estar a favor de una huelga general planteada al sistema, pero me da una higa el hacerle una huelga a un Gobierno que no es ni mejor ni peor -ni puede serlo- que el precedente o el que esté por venir. El 29 trabajará el que no tenga más remedio que hacerlo, y no por estar encuadrado en lo que llaman “servicios mínimos”, sino porque de otra forma perderá el empleo en favor de unos o de otros pero jamás de sí mismo. Los sindicatos dirán que han ganado la partida y el Gobierno afirmará que la huelga ha sido un fracaso. Es una historia muy vieja, tan vieja como la explotación del género humano, como la humillación del esclavo, como los grilletes de las galeras. Queda aire para respirar pero está fuera de este sistema montado sobre las espaldas de los españoles, ajeno totalmente a sus necesidades. El 29 sólo cabe capear el temporal.

Juan Manuel Pozuelo

2 comentarios:

  1. "Si queréis conocer a un hombre, revestidle de un gran poder. El poder no corrompe, desenmascara". Pitaco de Mitilene, uno de los siete sabios de Grecia (640-568 a.C.).

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  2. Cómo se le hace una huelga al sistema?

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