Pero él no pide, sólo observa altivo. La postura recuerda a
la castrense posición de descanso -pie izquierdo adelantado formando ángulo de
45º con el derecho; la mano derecha agarrando a la muñeca izquierda- y
cualquiera diría que está esperando la orden de firmes. A su lado, sentado,
está su perro tranquilo, también observando a su alrededor. Es un chucho y está
sucio y con heridas pero mantiene un porte bizarro, regio. Como su amo.
Probablemente, en cuanto a mendicidad, no sea una buena
estrategia la de no dar lástima: en la gorra cochambrosa que tiene a sus pies
tan sólo hay calderilla menor. Una señora lanza sin parar su marcha una moneda
que rebota sobre la gorra y cae al suelo. Él mira un instante a la moneda y, con
toda calma, hace una reverencia con la cabeza a la señora. A la espalda de la
señora, concretamente, que ya está a varios metros. Imperturbable, agacha la
espalda con elegancia y recoge la moneda que va a parar al fondo de la gorra. Y
vuelve a la posición de descanso.
Me acerco y le entrego un billete en la mano: se lo ha
ganado. Me mira a los ojos y me dedica la misma reverencia que a la señora.
Pero sigue callado. Aparta la mirada y vuelve a pasar revista a todos los que
pasamos frente a él, sin aprobarnos ni despreciarnos. Él sólo nos mira o, mejor
dicho, nos concede el honor de mirar. No me da la impresión de que sea
orgulloso, de que sea soberbio, tan sólo digno. Quizás sea ya lo único que posea:
su dignidad. Más que suficiente.
Diego Garijo
Basta, por favor, basta de costumbrismo casposo. Basta de sensiblerías que parecen sacadas de un misal. Para subrayar la dignidad de un mendigo no hace falta aburrir al personal, joder. Que a esa conclusión hemos llegado todos alguna vez en nuestra vida sin tener que ponernos cursis. El pretendido patetismo que rezuma el texto desvirtúa por completo cualquier intención. Escribe menos y cuenta más, carajo.
ResponderEliminarA mí no me aburre.
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