Bien
desearía no haberme tenido que acordar esta mañana de la célebre e intimidatoria
frase, antaño muy popular en el Metro de Madrid: “Es triste pedir, pero más
triste es robar”. Sin embargo, un
suceso, no por repetido (tercera vez en cuatro años) menos doloroso, no me ha
dejado otra opción: algún amigo de lo ajeno me ha vuelto a levantar la radio
del coche, previa rotura de luna. Quién sabe si un toxicómano con un mono
galopante, o quizás el mozo del taller de la esquina, que lleva tres meses sin
poner ninguna luna. Ni lo sé, ni me importa, sinceramente: al mangante le deseo
que invierta bien los cinco euros que pueda sacar por la radio. Creo que ahora
dan buenos intereses por Deuda Pública en algunos países europeos.
Este
nefasto (sobre todo para mí) suceso no es más que una gota en el océano: cuántas
líneas en periódicos, cuántos minutos en los noticiarios, cuántas cañas durante
las tertulias de los parroquianos del bar. Y todo girando sobre lo mismo:
discusiones y encendidos debates sobre hurtos, robos y demás sustantivos
similares, que hacen que el pueblo llano cuando habla de la clase política y
dirigente en general, se acuerde de un sabrosísimo embutido (VÍDEO). Yo creo que más grave que el robo en sí, y lo que
indigna al personal, es la tranquilidad y el orgullo (y satisfacción, a veces)
con que lo hacen e incluso reconocen.
Por
otro lado, me resultan aparentemente contradictorios dos hechos que leo y
percibo últimamente: aumenta el número de familias necesitadas que, en el
anonimato, acuden a Cáritas a recibir algo que llevarse a la boca; pero por
otro lado disminuye el número de personas que piden a diario en el Metro (o al
menos en mi vagón). A bote pronto se me ocurren tres causas de este descenso de
mendicidad en el Metro: el personal no está para dar muchas limosnas; desde el
Estado, dada su no confesionalidad, no se quiere promover la práctica de la
tercera virtud teologal católica (la Caridad); o bien se ha impuesto la vergüenza
a pedir.
¿Y
al final qué tenemos? Los que roban se pasean orgullosos por sus villas (y
cortes), sin pedir perdón ni mostrar arrepentimiento alguno. La sociedad, es
decir nosotros, de manera casi instintiva, les envidiamos por su “astucia” y
por la vidorra que se darán cuando salgan del talego, más pronto que tarde.
Enfrente de los primeros están los que piden, menos responsables que aquéllos de
su situación, y sin embargo anónimos, avergonzados y humillados.
Así es la vida, se dio la
vuelta a la tortilla y hoy “es triste robar, pero más triste es pedir”.
Alfonso Danvila
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Todos los comentarios necesitarán de la aprobación de un administrador. No se admitirán comentarios con obscenidades ni expresiones de mal gusto, así como insultos, difamaciones o calumnias.