lunes, 26 de marzo de 2012

Madrid

Dar un paseo por el centro de Madrid siempre es un placer, y más cuando la primavera ya asoma, por mucho que a la noche refresque. La ciudad está bonita, está brillante, está limpia, seduce. Es un marco extraordinario para darle vueltas al magín, para entretenerse observando al prójimo, para simplemente dejar pasar el rato entre calles que vieron caminar, en su día, a Quevedo y a Cervantes, a Larra y Espronceda, a Unamuno y Valle Inclán. Travesías y callejones que han sido escenario de fiestas y revoluciones, de alegrías y de crímenes, de ilusiones y decepciones. Como les digo, pasear por el centro de Madrid es un lujo, y un lujo gratuito.

Capítulo especial merece el gentío, la multitud que fluye de manera arbitraria por los recovecos, por las esquinas que forman meandros para esa incesante corriente humana: turistas de lo más diverso -clásica excursión de fin de curso de adolescentes guiris o mexicano más leído en Historia de España, su madre patria, que la mayoría de los españoles-; gatos de pedigrí, castizos como ellos solos -huraños, chulos, altivos... y tremendamente serviciales-; inmigrantes de todo tipo -descendientes claros de Atahualpa con una Biblia bajo el brazo, eslavos enormes mal encarados, argentinos zalameros y fulleros, moritos rateros acechando a sus víctimas, negros africanos procurando ganarse el pan vendiendo La Farola-; policías municipales y vendedores ambulantes, gitanos aflamencados, poligoneros insomnes, señoras de misa diaria, pintores, estudiantes, limpiabotas, prostitutas. La vida entera en destellos pasa ante nosotros con tan sólo pararse y mirar, tan simple es.

Sin duda merece la pena agarrar el abrigo y, sin pensarlo más, irse a dar una vuelta por el barrio que tiene marcado a fuego en su alma el 2 de mayo y el 14 de abril -tan iguales, tan distintos- y demás acontecimientos y personajes que, siglo tras siglo, han ido esculpiendo y forjando a Madrid y los madrileños los últimos 500 años -que no es mucho decir, pues es quedarse muy corto hablando de Madrid-. En eso reposa su belleza, en su grandeza: ser la capital del mayor imperio jamás conocido, así, pequeñita, como de andar por casa. Accesible y a la vez lejana; joven y al mismo tiempo antigua; bulliciosa a la par que inalterable. No se queden en casa: allá fuera les está esperando una experiencia realmente interesante: se llama vida, se llama Historia. Se llama Madrid.

Diego Garijo

1 comentario:

  1. Algunos párrafos me han recordado a estrofas de la canción "La Puerta de Alcalá". ¿Por qué no te haces compositor?

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