Capítulo especial merece el gentío, la multitud que fluye de
manera arbitraria por los recovecos, por las esquinas que forman meandros para
esa incesante corriente humana: turistas de lo más diverso -clásica excursión
de fin de curso de adolescentes guiris o mexicano más leído en Historia de
España, su madre patria, que la mayoría de los españoles-; gatos de pedigrí, castizos
como ellos solos -huraños, chulos, altivos... y tremendamente serviciales-;
inmigrantes de todo tipo -descendientes claros de Atahualpa con una Biblia bajo
el brazo, eslavos enormes mal encarados, argentinos zalameros y fulleros,
moritos rateros acechando a sus víctimas, negros africanos procurando ganarse
el pan vendiendo La Farola-; policías municipales y vendedores ambulantes,
gitanos aflamencados, poligoneros insomnes, señoras de misa diaria, pintores,
estudiantes, limpiabotas, prostitutas. La vida entera en destellos pasa ante
nosotros con tan sólo pararse y mirar, tan simple es.
Sin duda merece la pena agarrar el abrigo y, sin pensarlo
más, irse a dar una vuelta por el barrio que tiene marcado a fuego en su alma
el 2 de mayo y el 14 de abril -tan iguales, tan distintos- y demás
acontecimientos y personajes que, siglo tras siglo, han ido esculpiendo y
forjando a Madrid y los madrileños los últimos 500 años -que no es mucho decir,
pues es quedarse muy corto hablando de Madrid-. En eso reposa su belleza, en su
grandeza: ser la capital del mayor imperio jamás conocido, así, pequeñita, como
de andar por casa. Accesible y a la vez lejana; joven y al mismo tiempo
antigua; bulliciosa a la par que inalterable. No se queden en casa: allá fuera
les está esperando una experiencia realmente interesante: se llama vida, se
llama Historia. Se llama Madrid.
Diego Garijo
Algunos párrafos me han recordado a estrofas de la canción "La Puerta de Alcalá". ¿Por qué no te haces compositor?
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