jueves, 15 de marzo de 2012

En el fragor de la intimidad

Si no haces tu travesía del desierto, el desierto te atravesara a ti. Simplemente, porque forma parte de la condición humana el encontrarse a uno mismo en la soledad y el abandono, para poder así afrontar la sociedad; que no es precisamente amable. La soledad es extrema en estos momentos: las redes sociales, los miedos instalados, las actitudes de prevención son caldo para la confusión y que medren los bandidos. La confusión, el miedo están instalados en las personas: se acogen a las militancias, a los clubs sociales, a las redes sociales, al esconderse de la soledad porque da terror, y eso lo aprovecha el mal para medrar: la confusión es su ley, y no otra. Y caldo de cultivo: el hundimiento del repugnante sistema socialdemócrata ha favorecido que los instalados en la burocracia culpabilicen a la gente; la gente se retira y acuartela con sus medios escondiéndose, y se instaura la desconfianza en la gente, en los amigos, en los matrimonios, en todo.

La gente se ha escondido, y siempre lo hemos hecho y lo hacemos: pero el desierto te atravesará por más que lo huyas, y de nada valdrá esconderse: ese tiempo te pertenece y deberás vivirlo. Y luego volver a la vida, a la sociedad hostil, a esta debacle que han montado los burócratas, con la anuencia hasta de los que dicen estar en contra: es un juego de rol, porque no saben por dónde salir, no saben cómo solucionar, no saben qué hacer ni cómo hacerlo: pero sí saben que deben y quieren mantener el sistema: y nosotros, debemos echarlo abajo.
La religión es un lugar propio y propicio: la gente debe volver a sus raíces, reconocerse en su trascendencia, en su humildad y en su saber que somos sólo carne de tránsito: estamos porque pasamos, y transportamos la cultura hacia el futuro, corregida y aumentada… o eso es nuestro deber: vivimos la primera generación de la Historia que dejará menor herencia que la recibida; y lo que nos obliga la religión, que es la forma sincopada y sublime de nuestra esencia cultural, que es lo que la religión es: la esencia transmitida de nuestra civilización, la civilización, la cultura. Nos conforma y define y nos hace hombres.
Lo cual no significa que haya de ser lo que nos condicione; una vez formados, adelante, a por ellos: hay que sacar a toda esta gentuza a pedradas de la realidad. Y sin buscar justificaciones: es el momento de los individuos, de las personas. De nosotros, sin excusarnos en grandes ideales, o creyéndonos portadores de una verdad suprema sino como personas, nosotros, con nombres y apellido, y el rosario, en el bolsillo, que eso es personal.
Cuando Leónidas sale de Esparta con los trescientos, se está saltando su propia ley: y es el rey; se está saltando la conformidad de los sacerdotes, los éforos, y es su religión; se está saltando su propio interés, ausente de toda codicia y ambición; aun así va  a enfrentarse a Jerjes: en llegando a la garganta, sabe que morirá: eso le da igual, porque no es él, son sus antepasados y el futuro: Leónidas y los trescientos murieron por nosotros, somos nosotros, pero no acataron nada: lo llevaban en sí mismos, sabían qué había que hacer, y lo hicieron.
Es tiempo de amar, ser alegres, sacar a los malvados de la realidad y poder avanzar la historia: es tiempo de los hombres, no de pusilánimes, mojigatos, relativos, petimetres o meapilas: es tiempo de acabar con este sistema, y si es la hora de morir, tampoco se pierde tanto.

Ignacio Tomás

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