La
gente se ha escondido, y siempre lo hemos hecho y lo hacemos: pero el desierto
te atravesará por más que lo huyas, y de nada valdrá esconderse: ese tiempo te
pertenece y deberás vivirlo. Y luego volver a la vida, a la sociedad hostil, a
esta debacle que han montado los burócratas, con la anuencia hasta de los que
dicen estar en contra: es un juego de rol, porque no saben por dónde salir, no
saben cómo solucionar, no saben qué hacer ni cómo hacerlo: pero sí saben que
deben y quieren mantener el sistema: y nosotros, debemos echarlo abajo.
La
religión es un lugar propio y propicio: la gente debe volver a sus raíces,
reconocerse en su trascendencia, en su humildad y en su saber que somos sólo
carne de tránsito: estamos porque pasamos, y transportamos la cultura hacia el
futuro, corregida y aumentada… o eso es nuestro deber: vivimos la primera
generación de la Historia que dejará menor herencia que la recibida; y lo que
nos obliga la religión, que es la forma sincopada y sublime de nuestra esencia
cultural, que es lo que la religión es: la esencia transmitida de nuestra civilización,
la civilización, la cultura. Nos conforma y define y nos hace hombres.
Lo
cual no significa que haya de ser lo que nos condicione; una vez formados,
adelante, a por ellos: hay que sacar a toda esta gentuza a pedradas de la
realidad. Y sin buscar justificaciones: es el momento de los individuos, de las
personas. De nosotros, sin excusarnos en grandes ideales, o creyéndonos
portadores de una verdad suprema sino como personas, nosotros, con nombres y
apellido, y el rosario, en el bolsillo, que eso es personal.
Cuando
Leónidas sale de Esparta con los trescientos, se está saltando su propia ley: y
es el rey; se está saltando la conformidad de los sacerdotes, los éforos, y es
su religión; se está saltando su propio interés, ausente de toda codicia y ambición;
aun así va a enfrentarse a Jerjes: en llegando a la garganta, sabe que
morirá: eso le da igual, porque no es él, son sus antepasados y el futuro:
Leónidas y los trescientos murieron por nosotros, somos nosotros, pero no
acataron nada: lo llevaban en sí mismos, sabían qué había que hacer, y lo
hicieron.
Es tiempo de amar, ser alegres,
sacar a los malvados de la realidad y poder avanzar la historia: es tiempo de
los hombres, no de pusilánimes, mojigatos, relativos, petimetres o meapilas: es
tiempo de acabar con este sistema, y si es la hora de morir, tampoco se pierde
tanto.
Ignacio Tomás
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