miércoles, 14 de marzo de 2012

Matrimoniando

Les voy a contar un secreto: un amigo mío, un buen amigo mío, se casa inminentemente. Y, claro, uno no puede dejar de pensar en bodorrios a los que ha asistido y en todas esas imágenes que bien servirían para una antológica película italiana de los cincuenta, con escote de Sofía Loren incluido. ¿O quién no ha visto en un casorio alguna invitada generosa de pechuga mostrándola con fruición? Y lo mismo digo del cura párroco que come en el banquete como recién salido de un ayuno franciscano de años, y les aseguro que curas así, aunque no sean habituales, haberlos haylos. O de la madrina más preocupada por que la boda de su hijo salga como su propia boda no salió que de que se cumpla la voluntad de, precisamente, su hijo. O de las amigas de la novia, acaloradas y con sofocos ante semejante visión: menganita casándose, quién lo iba a decir -extraordinario el capítulo de las amigas solteras de la novia y su mala leche concentrada que merece un artículo aparte. O dos-. O del sempiterno tío con el sempiterno cebollón a base de tintorro o garrafón, o ambos, que agarra indiscriminadamente cualquier cintura de fémina que tenga la osadía de pasar a menos de dos metros de la columna que sostiene el inestable equilibrio del susodicho. O de los preadolescentes dando sus primeras caladas a puros abandonados o apurando los posos alcohólicos de las copas despreciadas. O del ramo de la novia de mano en mano hasta que se convierte en un amasijo disforme de pétalos, hojas, tallos y alambres -de subastas de ligas que recorren las coronillas de los invitados mejor ni hablamos-. O del padrino, a lo don Vito, haciendo la recolecta de sobres y juzgando con la mirada según la generosidad o racanería de cada cual. O de los parientes lejanos, no se sabe muy bien invitados por quién, cantando insistentemente letras inapropiadas y exigiendo magreos tras cada beso concedido por la autoridad, haciendo de tendido 7 del ruedo de la boda. O de las tías que, entre sollozos, afectadas por el blanco peleón, creen felicitar a los novios diciéndoles que duréis mucho, que duréis mucho. O de los amigotes del novio, con la corbata en la frente y la chaqueta del revés, que corean sin parar el nombre de su amigo como si de un mantra lamaísta se tratase. O del pinchadiscos y su Paquito el chocolatero, La cabra, El tractor amarillo y tantísimas otras fermosas melodías con las que ameniza el baile, o, mejor, la cantante gorda que pone todo su esfuerzo en imitar a Whitney Houston mientras los invitados ovacionan cada gallo que sale de su garganta. O del exquisito maître ofreciendo soberbio ni más ni menos que la mismísima Tizona para cortar la tarta de nata de cinco pisos. O del grupo de ancianos rijosos que murmuran entre sí expresiones picantes entre risitas. O del primo raro y solitario que, desde su puesto junto a la barra del bar y mientras acompaña el compás de la música con la punta del pie, reparte magnánimo sonrisas oblicuas y guiños imperfectos.

En fin, lo que les digo, que un buen amigo se casa. Y todo esto de antes es adorno: lo importante no es eso, y mi amigo bien lo sabe. Desde aquí mi más sincera enhorabuena, que seáis muy felices. 

Diego Garijo

3 comentarios:

  1. No me voy a dar por aludido, que lo sepas, majete

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  2. Supongo que pensabas ir a la boda... hasta que te has leído. ¿No?

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