martes, 13 de marzo de 2012

Fumando espero

Lo confieso, el otro día cometí un delito imperdonable, una falta merecedora del más severo castigo, una transgresión a la ley que debería estar penada hasta con escarnio público previo a la ejecución. De la sentencia, tampoco exageremos. El otro día, señores, fumé dentro de un bar.

Pues sí, soy de esos cada vez más extraños ejemplares que seguimos dale que te pego con el vicio del fumeteo, que si colilla para arriba, que si chusta para abajo, que si una calada, que si un tiro, que si un pitillo, que si un puro. Un vicioso, como ven, que huye como puede del justo brazo de la ley y se esconde en tugurios de mala muerte donde el dueño, cruel pervertidor de personas adictas, permite que éstas lleven a cabo su horrible insuflado de droga.

Y no crean que me estoy pasando, así es como podemos sentirnos los fumadores con esa persecución en nuestra contra que todos, en mayor o menor medida, han aceptado. Sí, usted también. Y usted, no se esconda. Resulta que lo que en otro tiempo fue chic ahora es pecaminoso. Y es lo que pasa siempre con las sociedades superficiales: que tienden al puritanismo barato.

Díganme, ¿tan grave es que yo fume en el bar? ¿Tan espantoso que el dueño de un bar, repito, EL DUEÑO permita fumar en su casa –negocio, pero para el caso es lo mismo-? ¿Violenta tanto la convivencia que en lugares públicos tales como bares, restaurantes, aeropuertos, hospitales se reserve un sitio para fumadores?

Miren, les voy a ser sincero: el otro día, mientras delinquía contra la ley, esa absurda ley, me sentí bien, me sentí a gusto y, aunque sé que no se debe legislar con subjetividades como éstas, no pude ver, y les aseguro que lo intenté, ninguna razón objetiva para impedirme fumar a gusto un cigarrillo en la barra de un bar.

Seamos sensatos: si no nos rebelamos contra esas leyes inicuas estamos permitiendo que construyan una cárcel. Sin humos, eso sí, pero con enormes barrotes contra nuestra voluntad.

Diego Garijo

3 comentarios:

  1. Vaya hombre, vamos descubriendo cosas!!!!

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  2. Al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios.
    Por un ocio sin humos

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  3. Dejé de fumar -sin motivaciones legales- pocos meses antes de la entrada en vigor de la primera ley anti tabaco.

    Cuando amigos y conocidos me han preguntado cómo lo hice, si me costó mucho y cuándo estuve más cerca de recaer, les contesto la verdad: Estaba totalmente desenchanchado hasta que se aprobó la ley. A partir de ahí, me daban unas ganas tremendas de fumar... en tanto sitio prohibido.

    Dice el segundo comentario que "por un ocio sin humos". Claro, pero es que una cosa es el ocio y otra un negocio particular en el que el distribuidor exclusivo y máximo recaudador de un producto legal le prohíbe al dueño del garito que ese producto legal se consuma sin menores presentes y con el consentimiento de los asistentes (que tienen plena libertad para irse al bar sin humos de al lado).

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