viernes, 16 de marzo de 2012

De derechos y reveses

Leo al Sr. Embajador preguntarse en voz alta sobre la existencia real del derecho a la maternidad. Coincido con él en los motivos para hacerse la pregunta y en sus planteamientos al respecto. Él mismo me anima en abundar en el tema, por su importancia, y mi primer impulso al escribir este artículo es titularlo “derechos y deberes”, para volver sobre el muy repetido -y cierto- planteamiento de que los derechos se adquieren con el cumplimiento de los deberes. Pero el subconsciente me gasta una broma y hace que mis dedos contrapongan revés a derecho, dejando el título que ven. Y aciertan.

Aciertan porque cuando voy a corregirme entiendo que se trata precisamente de eso. No es que la gente se olvide de los deberes a la hora de reivindicar derechos, sino de que parece que al personal se le van ocurriendo derechos conforme van obteniendo reveses. Y así, aspiraciones personales, tanto legítimas como caprichosas, que por las razones que sea no se cumplen de manera natural (y utilizo esta expresión en su absoluto significado y con toda la intención), se exigen por otros cauces.

Empezamos por aquellas mujeres a las que una enfermedad o disfunción les priva del regalo de la maternidad, ansiado por ellas, para justificar que tienen derecho a la misma por otros cauces, y ello nos lleva a que toda aquella que se encuentre con ese “revés” en su vida, independientemente de las causas exige su derecho. Por que claro, si existe el derecho a la maternidad, existe igual para una mujer joven cuyo marido es estéril como para una soltera de 45 años que lleva 20 atiborrada de hormonas y ahora el organismo, lógicamente, no responde a sus caprichos.

Estamos hablando de un supuesto derecho, el de la maternidad, que por afectar directamente a criaturas inocentes permite pocas gracias al respecto. Pero se puede trasladar a cualquier aspecto de la vida, lo que nos permitirá tomárnoslo más a lo que es: un cachondeo.

Los jóvenes tienen derecho a la diversión y el esparcimiento, faltaría más. Pero lo que encuentran es que sus caprichos no son satisfechos. Los locales tienen unas normas, las copas son caras, las chicas guapas no les hacen caso. Ante tales reveses, exigen sus derechos, y ahí vienen las administraciones a conculcar la ley y habilitar espacios ilegales para que los menores infrinjan la ley.  La excusa, les sonará: hay que buscar la forma de conciliar el derecho a la diversión con el derecho al descanso.

Si reconocemos que el revés que siente un pollo porque cuando se mira al espejo observa a un panzudo bigotón en lugar de una supermodelo de grandes pechos debe ser corregido otorgándole el “derecho” a corregir este disgusto en un quirófano generosamente pagado por todos nosotros, acabaremos llegando a la conclusión de que el mismo derecho tiene quien siente ese revés porque queriendo ser la viva imagen de un gran actor, más que a Brad Pitt o a Angelina Jolie, en el espejo se encuentra parecido a Benito Pocino o Rossy de Palma en mañana de resaca. Y claro, acabaremos reconociendo que las que han pagado por ponerse unos pechos defectuosos tienen derecho a que entre todos les paguemos unos nuevos a escote, nunca mejor dicho. ¿Por qué? Porque, ya saben, tenemos el derecho a estar conformes con nuestro cuerpo.

Hay jóvenes que, por las razones que sean, tienen dificultades serias para superar sus estudios. No son capaces de superar el nivel establecido. Pero claro, todos tenemos derecho a la educación, y si me estrello una y otra vez contra el listón, algo habrá que hacer. Exacto: Bajarlo. Y el zote sin remedio o el flojo irredento hacen valer sus derechos para que el vecino de mesa, aplicado e interesado, se tenga que aguantar y no recibir la formación que desea. Porque, ya saben, tenemos el derecho a que nadie se quede fuera y no pueda optar a la titulación.

Son ejemplos, que podemos considerar más o menos ridículos en comparación con el tema original y las vidas de los niños a las que afecta. Pero que reflejan un problema común: El de una sociedad que se ha saltado aquello de cumplir deberes para reclamar derechos y pasa directamente a reclamar como derechos las soluciones a sus reveses.

Tengo derecho a estar conforme con mi cuerpo, tengo derecho a tener los niños cuándo y como quiera, tengo derecho a acceder a servicios o sistemas con cuyos niveles mínimos no cumplo, tengo derecho a que me den por la tele en abierto mi dosis semanal de futbolina, tengo derecho a que en mi pueblo de 2.000 habitantes haya polideportivo cubierto y campo de césped artificial porque si no mi niño no va a conseguir entrar en la cantera del Real Madrid, y tengo derecho a que haya un bar de copas lo suficientemente cerca para volver dando tumbos hasta mi casa pero lo suficientemente lejos para que no me dé ruido. Salvo que yo sea el dueño del bar de copas, en cuyo caso tengo derecho a hacer ruido y al que le moleste que me pague la insonorización.

De una santa vez: NO tenemos derecho a satisfacer todos nuestros caprichos.

Tenemos derecho a que no nos impidan ser padre o madre, pero no a disponer a voluntad de un niño. Tenemos derecho a que no nos impidan tomar una copa si cumplimos con la ley, igual que el de al lado tiene derecho a que se nos impida tomar esa copa si no cumplimos con la ley. Tenemos derecho a llorar ante el espejo si no aceptamos la cruda realidad, pero no tenemos derecho a imponer una realidad paralela a otros, y menos pagada por todos. Tenemos derecho a que una empresa nos ofrezca un partido o unas carreras de motos, como tenemos derecho a que no se tire nuestro dinero por millones en las televisiones públicas para que otros (o muchos, o todos) vean a su equipo o a su piloto favorito. Tenemos derecho a que se invierta nuestro dinero (nuestro, sí, de todos) en instalaciones que sirvan al bien común, pero tenemos derecho también a que no se haga ni una pizca más de lo que realmente se pueda, se quede quien se quede sin su capricho o su hobby.

Porque, diga lo que diga Ikea, no por el simple hecho de tener una mala tarde tenemos derecho a nuestra fiesta.

Gonzalo García

2 comentarios:

  1. Natalia Pérez18/3/12, 18:38

    Hola Gonzalo,

    Precisamente hoy hemos hablado en la sobremesa después del almuerzo de madres que recurren a la fecundación in vitro y otros "avances" de la ciencia que a veces dan resultado y otras no. Lo interesante de la charla es que en general hay un sentimiento de compasión por esas mujeres tristes que no pueden concebir. Y yo me pregunto por qué no tenemos los mismos sentimientos de compasión por los miles de embriones (personas como nosotros) que mueren o permanecen congelados y que nunca tendrán la posibilad de vivir. Creo que hay una falta de reflexión importante en favor de nuestros "derechos" y apetencias o sentimientos legítimos. Y creo que es devastador para esos niños que nunca nacerán o que son abortados directamente en esa manipulación de la vida. Que Dios nos perdone.

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  2. Hola Natalia.

    Sí, pero esa falta de reflexión no es por ligereza, sino deliberada. Cuando a alguien se le plantea lo que dices, se cierra en banda con el argumento de "¿y esa pobre madre?" y no puedes sacarlo de ahí.

    Evidentemente es mucho más grave por lo concreto las vidas de esos miles y miles de embriones. Pero el origen de ese mal enorme y concreto, y es a lo que me refiero cuando lo escribo, es que todo viene de una elevación de los caprichos a necesidades fundamentales. Posiblemente por esa falta de reflexión de la que hablas.

    Como bien concluyes: Que Dios nos perdone.

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