Por ejemplo, en el autobús siempre se puede escuchar a un
señor explicando por el móvil los más íntimos detalles de su última visita al
médico por un atasco intestinal, que no sabes Pepe lo que duele y las cosas que
hay que hacer para ir a obrar, o a una señora contando cariacontecida sus
planes estéticos, que si botox en la papada, que si liposucción en las
pistoleras, que si rinoplastia y otoplastia en oferta dos por uno.
Lamentablemente, el espectáculo en la sección juvenil, extraordinario en su
día, en el que se contaban los vericuetos de apareamientos entre mamíferos
bípedos en lugares públicos, se ha visto seriamente dañado por el avance de la
técnica: han cambiado las conversaciones habladas con el móvil por mensajes
escritos instantáneos. Por el móvil, también, que ahora se llama smatphone. Y, claro, asomarse a ver qué ha escrito la
jovencita pintarrajeada o el jovencito granuliento pues como que da reparo, que
a saber cómo se ponen si se hurga en sus secretitos a la oreja virtual de su
amigote de turno -secretitos explicados más arriba que, huelga decirlo, hace no
tanto los contaban precisamente a escasos centímetros de una oreja ajena
perfectamente real y física-.
Sí, vale, venga, son los inconvenientes inevitables de los
adelantos en telecomunicaciones, progresos que, no me cabe la más mínima duda,
tienen unos enormes beneficios sobre la Humanidad toda. Pero, digo yo, ¿no se
da cuenta la gente, esas personas que impúdicamente nos cuentan sus intimidades,
que su vida nos importa un enorme y soberbio carajo? Pero, ¿saben?, creo que lo
mejor es relajarse y disfrutar de la función: de todos modos en la tele hacen
lo mismo y tienen decenas de millones de espectadores.
Diego Garijo
Aún recuerdo con frescura la escena: mes de julio de 2002, calor asfixiante en la calle, pero frescor a bordo de un autobús abarrotado circulando a la altura de la Glorieta de Atocha de Madrid. Un señor de mediana edad impecablemente vestigo gritando por su móvil: "Sí cariño, ya estoy llegando a la estación de Santa Justa".
ResponderEliminarY más aún, retumban como si las escuchara ahora en mis oídos las risas de las almas allí congregadas. ¿Vergüenza ajena? ¿Hilaridad? Qué más da, esos tiempos no volverán.
Fiel reflejo de la sociedad: más limpios por fuera, más hipócritas, si cabe, por dentro.
Othar