viernes, 16 de marzo de 2012

Riesgos no valorados ni asumidos

Hablábamos ayer de la función básica del Estado que es servir a los individuos que lo forman y que le otorgan la legitimidad misma de existir. En esa función lícita, el Estado está estructurado y cada parcela de esa estructura tiene un órgano director, llámese Gobierno, llámese Consejo, llámese Ayuntamiento. Pues bien, es obligación primera de dicho órgano director ser fiel a los fines del Estado y guiarlo a tales objetivos.

El Estado español, con su estructura elefantiásica multicentralista, tiene unos órganos rectores en todos los niveles que no sólo no cumplen ni hacen cumplir los fines primordiales de la legitimidad estatal sino que se afanan en subvertirlos contra el propio Estado o en usarlos para beneficios particulares muy lejanos de los lícitos. Los casos Gürtel o los ERE’s fraudulentos no son excepcionales: no hay nivel gubernativo que no esté salpicado, en mayor o menor medida, por corruptelas de todo tipo, por tráfico de influencias, por cohecho, por prevaricaciones diversas o por malversaciones de fondos públicos. Tampoco hay excepción en conductas nepotistas para con los miembros del propio partido, reparto de prebendas, cargos, privilegios, licencias o cualquier otro tipo de bien físico o jurídico a los más cercanos a la sigla gobernante en cada lugar. Y, necesariamente, las personas que están encargadas de dirigir el Estado, esto es, de servir a los intereses del común de sus compatriotas, ejercen una dejadez siempre culpable en sus funciones y en sus responsabilidades.

Llegados a este punto, es absurdo pretender que lo que falla por la base pueda ser arreglado, reparado por unos superficiales parches de cara a la galería. No ya sólo por una cuestión teórica o incluso práctica sino más bien por el riesgo serio que conlleva de provocar una gravísima fractura social en la nación. Los representantes del Estado no quieren ser conscientes de que no son sus privilegios lo que está en juego, que también, sino la propia paz y el orden necesarios para el crecimiento nacional, exista el sistema de gobierno que exista.

Debemos atrevernos a mirar de frente el problema, a localizar la raíz del mismo y, sin dudarlo, eliminar esa raíz. Si es necesario cambiar el sistema, cambiémoslo; si es cambiar la estructura, no vacilemos; si es ponerlo todo patas arriba para empezar de nuevo, hagámoslo deprisa, antes de que sea demasiado tarde. Por nosotros mismos.

Cruzando el Rubicón

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