miércoles, 14 de marzo de 2012

Desde aquí hasta tus ojos: camino

Si bien es cierto que las consideraciones sobre la cuestión del camino que he leído me han parecido adecuadas, incluso buenas en alguna que otra sección, también es cierto, haud dubie, que la realidad es aún más asombrosa. Pero, aunque las próximas líneas se introduzcan en otros lares para ir descubriendo la raíz del hombre, quiero dejar claro que esas reflexiones que he leído no andan del todo desencaminadas.

Como bien sabes el tiempo no es importante, sólo la vida es importante, y lo más importante de la vida tiene nombre propio: es el tuyo. Sólo tú eres el protagonista de tu vida, sólo tú puedes serlo, incluso aunque estés alienado, aunque estés loco. Por eso los locos pueden llegar a la luz a través de ellos mismos.

Cuando uno descubre que él mismo es lo importante y descubre lo que significa ser persona –ser para alguien– entonces, y sólo entonces, puede descubrir que es amado en sí mismo y comienza a entrever el misterio, comienza a darse cuenta de por qué él es lo importante de su vida.

Es hora entonces de empezar a comprender que la vida de cada uno de nosotros no es un camino, no es una vía ni una carretera, por  muy ejemplificadora que sea; la vida de cada hombre es una historia, y una historia de amor, que el hombre acepta o rechaza. Y por eso en el fondo estamos solos, porque el amor que se nos es dado es tan íntimo que no caben terceras personas en ese momento, ellas serán después, más tarde, cuando hayamos fecundado en ese amor nuestra existencia.

Y sin embargo, precisamente por esto, cada hombre, y no su vida, es un camino, es una vía que lleva directamente al corazón de Dios, cada hombre habla de su creador como si fuera un megáfono. Y no sólo eso, si no recorremos ese camino, jamás llagaremos a saber amar. Es absolutamente cierto que somos amados desde lo más íntimo y desde siempre, y que sólo eso nos hace seres excepcionales. Pero es tanta la grandeza del amor que necesitamos realizarla en nosotros también.

Hemos de salir de nosotros mismos para entrar en el otro y hacerle saber con todas nuestras fuerzas que le queremos, que le amamos. Al fin y al cabo amar no es otra cosa que decirle a alguien: gracias por existir, nunca morirás, permanecerás siempre. Precisamente, con ese introducirnos en otro llegamos a Dios de una forma tan rápida y segura que nada sería si la otra persona no fuera.

Por lo tanto, claro que somos camino, somos el único camino que conduce a la felicidad y la plenitud, somos la huella de Dios, somos el abrazo de Dios, y seremos el mismo Dios cuando todo lo que haya de ser revelado se revele definitivamente. Que estemos dañados no impide lo dicho, al revés, lo hace más evidente. Sí, somos camino, somos el único camino que conduce a Dios, todos necesitan un hombre en su vida.

David Luengo

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