Sólo hay que echar un vistazo alrededor: no está de moda
casarse. Y eso está muy bien porque no me negarán que eso de comprometerse para
toda la vida como que no es moderno, te corta las alas, te quita libertad e
independencia y, caray, por qué renunciar a ayuntarse con varios, o varias, y
no sólo con uno. Que ya saben que en la variedad está el gusto, y si no es
variedad sino multitud, pues mejor que mejor. Pero, ya les digo, lo que menos
gusta del matrimonio, esa institución arcaica, es el rollo ese el compromiso
para siempre. Hasta que la muerte os separe, dicen. Nada, nada, es mucho mejor
huir de los compromisos.
Y acto seguido nos metemos con fulanita o menganito -o con
menganita o fulanito o ambos- en una casa. Y nos repiten, con toda la razón,
que si total nos vamos a gastar los dineros en el alquiler, mucho mejor
comprar. Sin duda es una buena idea. Sí, bueno, con nuestros ingresos y
nuestros contratos -que también huyen del compromiso, manera fina de decir que
son temporales, a su vez manera suave de decir que nos pueden largar cuando al
jefe le apetezca-, los propios y los de los fulanitos y menganitas de turno,
las hipotecas que se nos ofrecen son a cuarenta y cincuenta años. Pero, oigan,
que merece la pena: esas seguridades, esa compra de un bien inmueble, esa
inversión de futuro. Y allá que vamos con el menda que toque en ese momento a
firmar. Qué orgullosos, qué listos, qué modernos y, sobre todo, qué libérrimos.
Sin compromisos con nadie. Aunque...
¿Sin compromisos con nadie? Crédito hipotecario a cincuenta
años, a finiquitar a la edad de ochenta, quince años después de habernos
jubilado; cincuenta años pendientes de que nos renueven los contratos
temporales, de aceptar que nos bajen los sueldos y empeoren las condiciones
laborales so pena de quedarnos sin un chavo en el bolsillo con el que hacer
frente a la deuda; cincuenta años atado a zutanito o menganita, a ése que era
para un rato, que era desechable, por la cadena del banco, por la cadena del
piso; cincuenta años ofreciendo nuestra vida por algo que, probablemente, no
valga nada ni nos sirva de nada cuando seamos octogenarios. Hasta que la muerte
nos separe. De la deuda.
Huyendo del compromiso, dicen. Pobres incautos.
Diego Garijo
Lamento contradecirte. Casarse está cada vez más de moda: cada vez hay más personas a las que una vez en la vida les sabe a poco, y repite siempre que puede.
ResponderEliminarCOMPROMISO, no para siempre, sino hasta que me brote, del mismo modo que LIBERTAD, no para hacer el bien, sino para hacer lo que me brote.
Quizás éstos eran los brotes verdes a los que se refirió en su día la Ministra Salgado.
De hecho es uno de los rasgos de los psicópatas: se casan rápidamente y les dura tres telediarios.
EliminarLo que no entiendo es lo de la política en este caso.