martes, 20 de marzo de 2012

En tiempos de tribulación, no hacer mudanza


Los cambios, sean éstos los que fueren, siempre son por su propia esencia traumáticos. Es inevitable, así, que durante el cambio de un estado a otro se experimente una serie de choques y grietas que deberemos afrontar para hacer fructífero dicho cambio. Además, no está fuera del alcance de cualquiera con sentido común que para asumir este trauma inevitable debe emplearse toda la fortaleza posible, dependiendo de este importantísimo factor el éxito de la transposición. En un nivel más práctico, peor afrontará un cuerpo convaleciente una nueva enfermedad que un cuerpo sano, y peor será un trauma de cualquier tipo para un cuerpo viejo y cansado que para uno joven y fuerte.

No lo han entendido así nuestros gobernantes y sus palmeros mediáticos que insisten en la necesidad de que se hagan reformas legislativas, traumáticas de por sí, en mitad de una convalecencia tan grave como la crisis que atravesamos. No es inteligente afrontar nuevos esfuerzos con un sistema ya debilitado que no ha sabido afrontar esfuerzos pasados. Y menos todavía si las reformas influyen de modo tan directo al cuerpo social del país: los sectores más golpeados por la crisis, los necesitados o los discapacitados, entre otros, dependen ya de nuestra atención y ésta no puede estar al albur de las ocurrencias del gobernante de turno. No sería justo para con los débiles y, al cabo, convertiría en necesitados a muchos más de los que ya lo están, creando un marasmo en la atención pública con resultados de pavorosa predicción.

Que España necesita una profunda reforma no se le escapa a nadie. Una reforma intensa y difícil que ataña a todos los niveles estructurales, sociales, educativos o económicos, y no sólo unos emplastos de contingencia para salir del paso, unos remiendos que se presentan con ínfulas de soluciones sesudas y que no aguantan el más mínimo estudio riguroso e independiente. Pero tampoco deberíamos olvidar que todos esos cambios de los que hablábamos más arriba, esa renovación estatal y social, tan importante, necesita de una fortaleza que, sencillamente, en la actualidad no tenemos. Sin embargo, cuando, al menos aparentemente sí disponíamos de esa fuerza, nadie osó plantear unas medidas que ya entonces eran urgentes y que, de modo directo, hubiesen solucionado en una gran parte toda la crisis que atravesamos.

Gobernar no es el arte de la improvisación, del chalaneo ni del cambalache inopinado sino la ciencia de gestionar el presente y el futuro de la población, tomando las decisiones acertadas... en el momento adecuado. Es una actividad de servicio olvidada y sustituida por remedos de frases lapidarias y de dogmas vacíos y absurdos. Pero, cuidado, no vayamos ahora, por unas urgencias mal entendidas, a profundizar en el error y a empeorar la situación. No es importante que las reformas salgan sino que sirvan a las personas, verdadero y legítimo centro de toda la actividad política.

No olvidemos a los clásicos como santa Teresa, cuando predicaba “en tiempos de tribulación, no hacer mudanza”. Es un gran consejo, no nos perdamos en amagos peligrosos.

Cruzando el Rubicón

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