Sin embargo, aquí surge un gran problema en cuanto a su uso.
Es decir, es dudoso que dichos indicadores estén sirviendo al común de los
españoles sino, más bien, a intereses supranacionales que, las más de las
veces, están totalmente fuera de nuestro alcance, de nuestra decisión y de
nuestro beneficio. Se están haciendo cálculos y previsiones con las economías
de naciones enteras tan sólo para que cuadren las cuentas de unos tratados que,
como nuevos ídolos ávidos de sacrificios, se ofrecen como la solución cueste lo
que cueste. Insistimos: cueste lo que cueste.
El Estado, sin embargo, no debe su existencia a dichos
tratados sino, más bien, a la agrupación de personas sobre un mismo proyecto y
a un acuerdo, siquiera tácito, entre ellas para atender en la medida de lo
posible las necesidades de todos. Dicho de otro modo, que el Gobierno calcule
las políticas económicas que ha de seguir el Estado en función de cuáles pueden
beneficiar más y mejor a intereses ajenos al español, al miembro de dicho
Estado de quien éste recibe toda legitimidad, es ilícito. No es aceptable que
un Gobierno dirija al Estado contra los propios individuos que lo forman. Y
cuando decimos los propios individuos debe entenderse como extensivo a los
propios intereses de dichos individuos. A eso se le llama tiranía.
Si de lo que se trata, como parece, es de cuadrar las cifras
exigidas por un tratado supranacional aun en contra de los intereses españoles
y, a la vez, mantener todo el constructo que sirve a los políticos en sus
ambiciones de todo tipo, corruptelas incluidas, ¿quién nos dice que no se
suprimirán servicios sociales básicos que, por esencia, son deficitarios y por
tanto sólo puede asumirlos el Estado? ¿Quién nos asegura que el dinero para
pagar unas deudas que no son nuestras, sino del aparato del sistema, no va a
ser restado de los servicios públicos por los que el Estado, primordialmente,
existe? ¿Quién nos garantiza que nuestros intereses más primarios, como pueden
ser atención sanitaria, seguro de desempleo o enseñanza universal, no se van a ver perjudicados por
ese ansia de cumplir con los intereses extranjeros?
El Estado debe ser consciente de sí mismo y asumir de dónde
recoge la legitimidad, que es de los individuos que lo forman, y,
consecuentemente, actuar para proteger y favorecer los intereses de dichos
individuos. Lo otro es, a la larga, vendernos como esclavos a amos extraños.
Cruzando el Rubicón
En pocos siglos se ha pasado del "todo para el pueblo, pero sin el pueblo", lema del Despotismo Ilustrado y que fue germen de revoluciones a lo largo y ancho de Europa, al "todo contra el pueblo, pero con el pueblo" que resume la Democracia Liberal actual. Más pronto que tarde veremos qué provoca.
ResponderEliminarOthar